Ilusiones.

Publicado en El Día de Zamora el 28 de febrero.

La Décima llamamos los madridistas a la Copa de Europa que está por llegar, y que llevamos esperando desde el año 2002 como agua de mayo, como maná, como lo que ustedes quieran. A un madridista le mentas La Décima y te evoca aquella volea de Zidane en Glasgow, la cabalgada de Raúl en París, a Mijatovic en Amsterdam, y en su cara se dibuja una sonrisa y una mirada perdida, como imaginando ese momento en el que, de nuevo, nuestro capitán alzará a los cielos de Europa a esa hija recién nacida y ansiada. Para nosotros esa ilusión es como para el resto de los mortales la de que te haga caso esa persona que te gusta, de la cual hablas con devoción, o ese trabajo anhelado que te permita vivir de una manera digna. Y es que todos, tanto los madridistas como el resto de los seres humanos, tenemos ilusiones. El problema es que, por lo general, la ilusión que percibimos, motivada por diferentes estímulos, no suele corresponder con la realidad del suceso o del ser que ambicionamos. De ello se infiere que todos percibimos la realidad de una manera distorsionada, como fruto obtenemos las desilusiones, y como consecuencia caemos en el desánimo y de ahí pasamos a la depresión, nos ajamos y nos dejamos morir como esa planta que de repente te encuentras ahí en un rincón, que durante meses se te olvidó regar y que ahora es un matojo seco y sin vida. Y es que a los humanos, como a las plantas, se nos tiene que regar. No ya con ilusiones, que están bien como motivación, sino también con éxitos, con pequeños triunfos que nos permitan ir vadeando los reveses vitales, que de esos sí que no nos libramos hagamos lo que hagamos. El martes pasado se celebró el Debate sobre el Estado de la Nación, y mientras los unos nos ilusionaban con un futuro provechoso, los otros nos ilusionaban con lo mismo, pero siendo ellos los timoneles. El clásico “quítate tú p’a ponerme yo”. El problema es que esos timoneles, los unos o los otros, ya no nos ilusionan con nada de tanto que nos han fallado. Y como no aparezca un nuevo ilusionista, nos acabaremos ajando como la planta esa de la que les hablaba. 

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