Más ilusiones.

Publicado en El Día de Zamora el 7 de marzo.

Siguiendo con el tema de las ilusiones de las que les hablaba la semana pasada, hoy voy a contarles un sucedido. Hace un par de mañanas, no sé cual, son todas tan parecidas que las confundo, me dirigía yo a lomos de mi vehículo hacia la capital del Reino. Dejaré de ser cursi y les diré sin más que iba conduciendo a Madrid. Y ya sabrán ustedes que cuando uno va a Madrid siempre se encuentra con un atasco. Da igual la hora o el día, el atasco está ahí aguardando para atraparnos y detenernos. Visto lo pertinaz del mío, me bajé del coche y me fui a ver si era capaz de llegar al origen de aquel atolladero. Unos cientos de metros de caminata y llegué a un punto en el cual había unos seres vestidos con petos reflectantes y una lona que tapaba un socavón en la carretera. Curioso que es uno, al mínimo descuido de los operarios reflectantes, levanté un extremo de la lona y vi bajo ella un mecanismo, un engendro mecánico que estaba parado, inmóvil como los cientos de coches que tenía detrás de mí. Me dirigí al mandamás de los peones y le pregunté qué era lo que estaba pasando a lo que me respondió: “si se lo contara tendría que matarlo”. Yo le dije que no sería para tanto y, como era de esperar, no lo era, así que me comentó que el mecanismo que hacía moverse a la carretera se había estropeado. Debió ver mi cara de escepticismo, parecida a la que ahora tendrán ustedes, y me explicó que no somos nosotros los que conducimos los coches por las carreteras del mundo, sino que son estas las que se mueven debajo de los vehículos llevándonos allí donde los manipuladores del mecanismo quieren que vayamos, haciéndonos creer que el destino que ellos nos marcan es el que nosotros queremos alcanzar. Toma ya. Luego, en una actitud muy española, se encendió un pitillo, se puso a silbar, y esperó a que otros arreglaran el dispositivo y la carretera comenzara a moverse para llevarnos a cada uno allá donde ella quisiera.

Y así nos tienen, atrapados en la falsa ilusión del libre albedrío y conduciéndonos como corderos allá donde quieran llevarnos. 

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