Publicado en CurryBeef CM.
Poco hay que contar de Legolas (Hoja Verde en sindarín) desde que, gracias a la mano de Peter Jackson, la historia de “El Señor de los Anillos” se hizo popular de modo universal. Elfo sindar, hijo de Thranduil, Rey de los Elfos Silvanos del Bosque Negro, y por lo tanto, príncipe del Bosque Negro. Formó parte de la Compañía del Anillo, siendo sus armas un arco y un par de cuchillos que llevaba en el carcaj donde guardaba las flechas. Pero ser elfo y arquero la verdad es que no tiene mucho mérito dada la agilidad de aquellos y su visión perfecta. Así que vamos a darles a los arqueros hombres toda la valía que les corresponde.
Antes de la aparición estelar de Legolas, tenemos a un personaje menos conocido, llamado Bardo: un hombre, habitante de Esgaroth, la Ciudad del Lago, y heredero de Girion. Para no alargar mucho la historia, les diré que su mayor logro fue matar al dragón Smaug con una flecha negra que había heredado de su línea real. Pero claro, puede que ustedes me reprochen que tanto el elfo como el hombre no dejan de ser personajes ficticios y que poco mérito tiene recurrir a arcos y flechas cuando uno no tiene mayor tecnología armamentística que esa.
Les hablaré entonces de un tipo nacido en 1906 en Hong Kong. Dejen atrás la Tierra Media y pongan los pies en esta nuestra. El personaje en cuestión estuvo en la Primera Guerra Mundial, y digo estuvo porque más que combatir se pasó el tiempo aprendiendo a tocar la gaita, a recorrer en moto la India y, dato este relevante, compitiendo con el equipo de la Pérfida Albión en el Campeonato del Mundo de tiro con arco. De carácter excéntrico, fue expulsado del ejército británico por varios motivos, entre ellos ponerse a tocar la gaita cuando estaba de guardia a las tres de la madrugada. Y como tenía que ganarse la vida de alguna manera, entre otras cosas, participó en películas como “Ivanhoe” o “El ladrón de Bagdad”, pero su mayor deseo seguía siendo el de demostrar su valía como soldado. Así, cuando a Hitler le dio por la cosa aquella del III Reich, Jack Churchill, que así se llamaba nuestro protagonista, volvió a alistarse en el ejército de Su Majestad, pero antes de ello, se acercó a una tienda de Londres donde compró un arco de madera de tejo español elaborado al estilo medieval. Fue enviado a Francia a reforzar la Línea Maginot, y cuando los alemanes la atacaron, Churchill, negándose a dar un paso atrás, armado con su arco y su espada “claymore” de doble filo, montó sobre su moto, se lanzó contra las tropas de la Wehrmacht y capturó un depósito de suministros. Al ser interpelado por sus superiores por su empeño en ir armado de tal guisa, él respondió: “En mi opinión, señor, todo soldado que entra en acción sin su espada va vestido inapropiadamente”. Pero sus conquistas, y el asombro de sus compañeros y superiores, no se detuvieron ahí. En diciembre de 1941, en la Noruega ocupada por Hitler, fue el primer hombre que puso su pie en la playa, al frente de dos compañías dentro de la “Operación Arquería”. Churchill desembarcó con su espada en alto contra las baterías enemigas mientras alentaba a sus camaradas. Los enemigos fueron derrotados y su arrojo le valió su segunda Cruz Militar. La primera la había ganado en Dunkerke al rescatar a un oficial británico capturado en una emboscada del ejército alemán, por supuesto armado solo con su arco y su espada.
Vista su determinación y valía, fue repatriado a Inglaterra, para recibir la instrucción oportuna y así entrar en un nuevo cuerpo de élite conocido como los Comandos. Estas eran tropas con pocos efectivos, que servían en operaciones de reconocimiento, sabotajes y golpes de mano para destruir objetivos enemigos. El sigilo y la discreción formaban parte de sus posibilidades de éxito… pero “Mad Jack” Churchill, como llegó a ser conocido, avanzaba hacia los blancos tocando con la gaita “La Marcha de los hombres de Cameron” para así insuflar valor a sus compañeros. La escenificación se completaba al abalanzarse Churchill contra sus enemigos al grito de ¡comando! a la vez que blandía en el aire su espada. El momento cumbre en la guerra le llegó en el otoño de 1943, durante el ataque nocturno a la población italiana de Piegoletti. Tras matar a los vigilantes del perímetro con sus flechas, consiguió infiltrarse en el pueblo y continuar hostigando a los enemigos con su ya sabido grito de guerra, sin ser descubierto, tan solo con su espada, haciéndose con los puestos de guardia y sin disparar una bala. Capturó cuarenta y dos prisioneros alemanes. Por esta acción fue de nuevo condecorado. Churchill siguió al frente de sus hombres en la lucha contra las fuerzas alemanas en Yugoslavia, pero finalmente le capturaron tras quedar aislado con seis de sus hombres en el ataque a una posición alemana. Cuando todos ellos cayeron heridos, él sacó su gaita y comenzó a tocar pero el impacto de una granada le dejó inconsciente. Fue enviado al Campo de Sachsenhausen, donde conoció a unos veteranos expertos en fugas que habían participado en el hecho real que inspiró la película “La gran evasión”. Se unió a ellos, consiguió excavar un túnel y escapó. Estuvo libre 14 días, hasta que la Gestapo volvió a capturarlo y recluirlo en una prisión de Austria. Al poco tiempo, como era de esperar, “Mad Jack” volvió a huir, recorriendo más de 200 kilómetros por el terreno escarpado de los Alpes hasta que topó con una columna del ejército de EEUU que lo reenvió a Inglaterra. Allí intentó unirse a la lucha contra los japoneses, pero, ya en Birmania y montado en el tren que lo trasladaba al frente, recibió la noticia de que la bomba atómica había sido lanzada sobre Hiroshima, con el consiguiente fin de la Campaña del Pacífico.
Sin embargo, finalizada la Segunda Guerra Mundial, las aventuras de Jack aún no habían terminado. A la edad de 40 años se convirtió en paracaidista de élite y pasó a servir en Palestina, donde se ganó la fama al defender un convoy médico judío de una emboscada árabe. Después de Palestina, Churchill pasó a servir como instructor del Ejército del Aire australiano y, además, a convertirse en surfista extremo, llegando a diseñar y construir sus propias tablas. Se retiró del ejército en 1959, y murió en 1966 en su casa de Surrey, al sureste de Inglaterra. Tenía 60 años.
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