Cincuenta cuerpos de mujeres de 21 años, desnudos, pintados de negro, acompañados por sus moldes de tamaño natural hechos en yeso, y todo ello mimetizado entre fragmentos de esculturas, una combinación perfectamente complementaria de naturaleza y artificio. Se evocan las estatuas de bronce de Herculano y los cuerpos carbonizados descubiertos en Pompeya, sepultada bajo las cenizas del Vesubio. En esto consiste la nueva performance de la artista genovesa Vanessa Beecroft, VB66, que se encuentra expuesta, con la colaboración de la galería Lia Mínimo Máximo Rumma, en lo que actualmente es la sede de la Lonja de Pescado de Nápoles, el Palazzo Cosenza, diseñado en los años veinte por el arquitecto Luigi Cosenza. La Beecroft vuelve a acercarse a la escultura clásica como una obsesión y una constante en toda su obra. Y de nuevo, la mujer, como un objeto de deseo, como un ente concebido sólo para ser contemplado, para ser ansiado. Mujeres alienadas, mujeres privadas de la capacidad de la palabra, del diálogo, de la posibilidad de relacionase o interactuar ni con ellas mismas ni con el medio que las rodea. Mujeres que parecen congeladas. Y todo eso, a lo que podríamos llamar “efecto aislamiento”, provoca en el espectador tal repercusión que alcanza hasta la contrariedad, la incomodidad ante la presencia de todo ese conjunto artístico, los cuerpos y sus dobles cubiertas con un manto negro, y resulta ser un medio particularmente eficaz para elevar el tono dramático de la escena.
La exposición, la obra, llámenla como les plazca, al final trata de buscar la belleza encajada en el arte. Para la artista, la belleza ha ido apartándose del arte, ha sido perseguida, excluida, relegada a un segundo plano, rechazada por ser entendida como algo superficial, algo concupiscente. La belleza, que forma parte de la vida, que es intrínseca al ser humano, no puede relegarse a un segundo plano en la existencia de aquel. Vanessa Beecroft trata de destilar el concepto mismo de belleza y su percepción como un placer desligado del propio ego, un placer vivido de manera instantánea. En japonés se expresa con la palabra mu-ga, no-yo, salir de sí, éxtasis, y esta percepción de estar fuera de sí es el elemento esencial para apreciar la belleza como idea; la privación del apego a pensar en nosotros mismos da lugar a que se perciba la belleza. Malos tiempos estos no sólo para la lírica, sino para la estética.
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