El otro día, no recuerdo la hora con exactitud pero empezaba a anochecer,
estaba leyendo cuando las letras, hasta entonces claras y comprensibles, comenzaron
a convertirse primero en rayas negras, luego en borrones aislados y más tarde en una
mancha uniforme sobre la página blanca del libro. De manera instintiva, me froté los
ojos pero nada, todas las hojas no eran más que una mancha negra tras otra, como si
la tinta se hubiera corrido, como si un petrolero literario hubiera vertido su contenido
sobre el libro y lo hubiera dejado ilegible y manchado, un chapapote, una marea negra
que me impedía leerlo. Alcé la vista del texto: las paredes de mi casa y los escasos
enseres que en ella tengo se apreciaban con nitidez, puse la televisión y al cambiar de
canal observé el mismo fenómeno óptico, pero agudizado también por la falta de
percepción auditiva. Fui al cuarto de baño, me lavé la cara y no sin un poco de miedo
abrí los ojos frente al espejo y allí estaba yo, me veía perfectamente. Por
perfectamente quiero decir que me veía tal como soy, no es que me vea perfecto,
pero no nos desviemos de la cuestión principal. Salí a la calle y la gente con la que me
encontraba no era más que sombras en movimiento, los escaparates de las tiendas,
imperceptibles. Toda una ciudad transformada en un ente difuso. Como considero que
la esencia del ser humano es la adaptación, procedí a intentar acostumbrarme a
aquello, pero como en realidad lo único que podía percibir con total claridad era a mí
mismo, desistí. Así, en esta nueva situación, no importa si sales a la calle o no, si opinas
sobre lo humano o sobre lo divino, porque lo único relevante ha pasado a ser nuestra
propia verdad, nuestra percepción. ¿Y cuál es nuestra verdad? Da hasta miedo
preguntárnoslo, más que nada porque construimos nuestra propia realidad, aunque
no nos demos cuenta. Estamos pasando por la vida de un modo tan banal que nos es
complicado fijar la vista en ella con un mínimo de atención, de detenimiento, y eso nos
hace cada día estar más ciegos con respecto a nuestro entorno. ¿Qué ganamos
preocupándonos con un problema que no nos es propio y cuya solución no nos
compete? Junto con su verdad, hallen su respuesta.
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