Ceguera

Publicado en El día de Zamora el 12 de abril.

El otro día, no recuerdo la hora con exactitud pero empezaba a anochecer, estaba leyendo cuando las letras, hasta entonces claras y comprensibles, comenzaron a convertirse primero en rayas negras, luego en borrones aislados y más tarde en una mancha uniforme sobre la página blanca del libro. De manera instintiva, me froté los ojos pero nada, todas las hojas no eran más que una mancha negra tras otra, como si la tinta se hubiera corrido, como si un petrolero literario hubiera vertido su contenido sobre el libro y lo hubiera dejado ilegible y manchado, un chapapote, una marea negra que me impedía leerlo. Alcé la vista del texto: las paredes de mi casa y los escasos enseres que en ella tengo se apreciaban con nitidez, puse la televisión y al cambiar de canal observé el mismo fenómeno óptico, pero agudizado también por la falta de percepción auditiva. Fui al cuarto de baño, me lavé la cara y no sin un poco de miedo abrí los ojos frente al espejo y allí estaba yo, me veía perfectamente. Por perfectamente quiero decir que me veía tal como soy, no es que me vea perfecto, pero no nos desviemos de la cuestión principal. Salí a la calle y la gente con la que me encontraba no era más que sombras en movimiento, los escaparates de las tiendas, imperceptibles. Toda una ciudad transformada en un ente difuso. Como considero que la esencia del ser humano es la adaptación, procedí a intentar acostumbrarme a aquello, pero como en realidad lo único que podía percibir con total claridad era a mí mismo, desistí. Así, en esta nueva situación, no importa si sales a la calle o no, si opinas sobre lo humano o sobre lo divino, porque lo único relevante ha pasado a ser nuestra propia verdad, nuestra percepción. ¿Y cuál es nuestra verdad? Da hasta miedo preguntárnoslo, más que nada porque construimos nuestra propia realidad, aunque no nos demos cuenta. Estamos pasando por la vida de un modo tan banal que nos es complicado fijar la vista en ella con un mínimo de atención, de detenimiento, y eso nos hace cada día estar más ciegos con respecto a nuestro entorno. ¿Qué ganamos preocupándonos con un problema que no nos es propio y cuya solución no nos compete? Junto con su verdad, hallen su respuesta.

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