El pasado día 15 de este mes, a las once horas y siete minutos allá, doce horas y
siete minutos acá, un Primer Ministro se disponía a tomar la palabra en su parlamento,
cuando un grupo de invitados al pleno se puso a cantar. Los improvisados vocalistas,
alrededor de treinta, no interpretaron uno de los últimos éxitos de cualquier lista
radiofónica, sino una canción que tiene ya 42 años. El Primer Ministro, en vez de tomar
una actitud airada, esperó a que los invitados terminaran de entonar la canción. La
Presidenta de la Asamblea pidió en un tono educado a los improvisados cantantes que
se retiraran o guardaran silencio. El Primer Ministro esbozó una sonrisa y esperó a que
la Presidenta de la Cámara le devolviese la palabra. "De todas las maneras en las que
se puede interrumpir una sesión, esta es significativamente la de mejor gusto", dijo.
Este insólito acontecimiento sucedió en Portugal, y la canción con la que se
interrumpió la intervención de Pedro Passos Coelho es Grândola, Vila Morena, el
himno de José Afonso que sirvió como señal de activación de la Revolución de los
Claveles que acabó con la dictadura de Salazar. Y como les cuento, todo dentro de la
normalidad, el respeto y la educación. Aquí, en España, esta semana, un grupo de
activistas anti-desahucio interrumpió a gritos la normalidad del Congreso de los
Diputados, cuyo Presidente, Jesús Posada, pidió que fueran desalojados al grito de
“expúlsenlos coño”. La culpa no la tienen los malos modos de los activistas, ni la
grosera respuesta de Posada. La culpa la tiene España, que no tiene una canción
adecuada bajo la cual todas las ideologías puedan refugiarse para poder manifestarse
contra la situación social y económica. El “¡Que viva España!” de Manolo Escobar
suena poco serio para esos menesteres, y no vean cómo altera a los nacionalistas.
“Dentro de ti, oh ciudad, el pueblo es quien más ordena, tierra de fraternidad,
Grândola, villa morena”. Sencillo y directo. El pueblo es el que ordena. Aquí, “entre
flores, fandanguillos y alegrías, nació en España la tierra del amor” Como verán, nos
pierden las formas hasta para poder protestar. Sí, hoy les doy permiso para que me
llamen demagogo, pero piensen un poco en el trasfondo de lo que les he contado.
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