Publicado en Currybeef CM el 23 de febrero.
Sólo
he conocido a tres Grey en mi vida. Con dos tuve la desgracia de
relacionarme y del tercero no sé absolutamente nada, por lo que vamos a
empezar por él para quitárnoslo de en medio rapidito. El primer Grey del
que les hablo es el Doctor Henry Grey, inglés que vivió en la primera
mitad del siglo XIX y que ha pasado a la posteridad por ser el autor de
un famoso libro de anatomía clásica llamado “Anatomía de Grey”. Aunque
no conozcamos al tipo, podemos hacernos a la idea del ego desmedido que
tenía para bautizar su obra con su propio nombre, por lo que mi
recomendación inicial empieza a tomar cuerpo.
El
segundo Grey sobre el que quiero escribirles da la casualidad que
también es médico, mujer en este caso, y se llama Meredith Grey.
Meredith trabaja en el Seattle Grace Mercy West Hospital y es la
protagonista de una conocida serie de televisión llamada, atentos a lo
bien traído que estaba lo anterior, “Anatomía de Grey”. La doctora se
caracteriza por ser una individua inestable, de lágrima fácil,
milonguera y sensible hasta el empalago, lo cual la incapacita, desde mi
modesto punto de vista, para ejercer la medicina o cualquier otra
profesión que requiera poner en sus manos la vida, la fortuna, o la
honra de otro ser. A su favor he de decir que es rubia, pero ni por esta
gran característica capilar les recomendaría que se la llevaran a su
casa, salvo que quieran convertir su vida en un infierno. Eso sí, si son
ustedes de teflón y todo les resbala, consigan plaza en el hospital de
Seattle donde se desarrolla la acción porque allí van a pillar cacho
fijo. Pero fijo eh.
Y
cómo no, si de pillar cacho se trata, el último Grey del que les voy a
hablar es D. Christian Grey. Si tras leer este nombre usted ha
suspirado, se le han puesto los ojos en blanco, necesita ir al cuarto de
baño a cambiarse de ropa interior porque la que lleva puesta ha
experimentado un humedecimiento inesperado, o todos los síntomas a la
vez, no siga leyendo. Si ha decidido continuar, he de decirle que este
Grey, protagonista de la novela pseudoerótica “50 sombras de Grey”, es
un sujeto millonario, con mucho éxito y mucho de todo, al que una
individua de veintiún años va a entrevistar y que nada más verlo queda
prendada de sus encantos. Luego, vayan ustedes a saber el por qué, la
muchacha se obsesiona por nuestro Grey, entra en un bucle de
obsesión-rechazo del tipo hasta que, todavía desconozco el motivo, él le
hace firmar un contrato (aquí debería entrar un efecto sonoro de
redoble de tambor) de sumisión. Vamos, que el Grey lo que quiere es
coger una virgen veinteañera, sí, la niña es virgen, atarla, pegarle y
hacerle cosas relacionadas con el BDSM, que todo eso a mí me parece muy
bien, pero si quieren disfrutar de lo mejor, atrévanse a jugar en
primera división y lean, y practiquen llegado el caso, al Marqués de
Sade. Pero no, Grey tiene una sala ad hoc llamada sala roja del dolor,
que ya hay que ser ridículo para ponerle semejante nombre, donde ata a
Anastasia, nuestra virgen cursi se llama así, y cuatro chorradas más, de
lo cual inferimos que ella es tonta, que de derecho relacionado con
obligaciones y contratos no tenía ni idea, que me da a mí que de virgen
tenía poco y que él de BDSM sabe menos que Pocoyó. Al final del libro
Grey la despide y a otra cosa.
Me
sorprende el revuelo que se ha creado entre las mujeres con este libro y
con tan vacuo personaje. Esto confirma que no las comprendo, pero
vamos, pese a ello, mantengo el título de mi artículo, no se les ocurra
poner un Grey en su vida si no quieren acabar diseccionados, mal de la
cabeza o pareciendo unas tontas a las que les pone cachondas el
pseudoporno de baja intensidad. Eso sí, si se encuentran con un Gray,
píntenle un cuadro, escóndanlo en un desván, abróchense el cinturón,
pónganse el casco y disfruten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario