Sólo jugó unos pocos partidos al máximo nivel, pero aquellos que lo vieron dicen de él que es el mejor jugador de todos los tiempos. Y semejante afirmación no viene de unos ultras fanáticos, de unos obtusos entregados a unos colores que no ven más allá de las tribunas del estadio de su equipo, no. Quienes lo dicen, entre otros muchos, son José Pekerman, Jorge Valdano, César Luis Menotti, Carlos Timoteo Griguol o un tal Diego Maradona. Como toda leyenda del fútbol, patentó su propia jugada, su marca de la casa -el caño de vuelta lo llamaban-, que consistía en la doble humillación de hacerte un túnel, esperarte y volvértelo a hacer para ya irse del marcador hasta que éste lo perdía de vista. Este genio del fútbol argentino se llama Tomás Felipe Carlovich, pero es conocido como “El Trinche”.
De familia yugoslava, Carlovich nació en 1949 en la localidad de Rosario, la misma ciudad en la que nacieron Messi y Di María, la misma ciudad donde existe la rivalidad más encarnizada y brutal que se haya dado entre dos equipos de fútbol. Ni Real Madrid y Atlético, ni Betis y Sevilla, ni Roma y Lazio. Allá en Rosario la gente vive y muere, de manera literal, o por Rosario Central o por Newell’s Old Boys, y El Trinche se decantó por el primero de ellos. Junto a sus dotes sobresalientes para el fútbol, este zurdo también destacaba por su desdén por el mismo. No era un obseso de la pelota, le gustaba el fútbol pero no era futbolista. Se dedicaba a ello, pero como una faceta más de todas aquellas que conformaban su personalidad. No entrenaba, no acudía a las concentraciones del equipo, se le acusaba de vivir más de noche que de día, formaba parte del último reducto de una concepción romántica del fútbol, un elemento extraño que ya en los años sesenta apenas existía. Su carácter de jugador de barrio, hábil y técnico, junto con la personalidad bohemia que le acompañaba, le hicieron pasar de Rosario Central a Central Córdoba, equipo de lo que en Argentina llaman “la B”, lo que vendría a ser nuestra segunda división, donde participó en dos ascensos y se convirtió en ídolo para sus hinchas.
Pero un personaje excepcional como él merecía también un partido excepcional, y éste fue el que con posterioridad se conoció como “Partido del 74”, cuando la selección de Argentina que se preparaba para la disputa del Mundial de Alemania de 1974 organizó un encuentro amistoso ante un combinado de la ciudad de Rosario, formado por cinco futbolistas de cada uno de los dos clubes más grandes, Central y Newell´s, y como artista invitado, el mismo Carlovich. En aquella selección albiceleste había futbolistas como Fillol, Perfumo, Wolff, Ayala o Kempes; esa misma selección, al finalizar el primer tiempo, ya perdía por tres a cero ante un imperial Carlovich, que había dado una lección de juego a algunos de los mejores de su país en su puesto. Y por ese motivo, el entonces seleccionador argentino Vladislao Cap le pidió que saliera del campo para evitar una diferencia mayor. El Trinche consintió y abandonó el terreno de juego ovacionado. El partido terminó 3-1.
Los cuatro años que transcurrieron entre 1974 y 1978 fueron tanto una continuidad de reproches por su falta de sacrificio y entrega como una colección de anécdotas, por ejemplo la que le llevó a sentarse sobre el balón en medio de un partido “no para burlarme del rival, sino para descansar”. Aún así, con ocasión del Mundial que se iba a disputar en Argentina en 1978, el seleccionador César Luis Menotti lo citó para formar parte de la preselección del equipo anfitrión. Carlovich accedió, pero durante la concentración del equipo en Buenos Aires, cansado de la rutina diaria de la misma, la abandonó para irse a pescar. Fue expulsado y jamás se le perdonó.
Tras diversas lesiones se retiró y colaboró con los técnicos de Central Córdoba. En la actualidad, operado de una cadera e imposibilitado para golpear una pelota, Carlovich forma parte de la iconografía de la ciudad de Rosario cual Che Guevara. El Trinche, el tipo que nunca quiso ser Maradona.
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