No funciona nada

Publicado en El día de Zamora el 11 de octubre de 2012.

El otro día a un amigo le llegó una orden de desahucio. Y como mi amigo es persona de carácter, pese a encontrarse frente a una situación desesperada, decidió derribar su casa. Conmigo no vais a poder, dijo. Yo no voy a ser un manso que sale de su vivienda con lo puesto y cuatro enseres a cuestas para entregar las llaves a los del banco, dijo. Esto no va a ser un armisticio, dijo. Esto será política de tierra quemada. Así que cogió una almádena y descargó toda su furia, toda su impotencia, todo su odio y todas sus lágrimas contra las paredes de aquello que había pasado de ser su casa a un jodido inmueble de mierda cuyo pago se le había vuelto inasumible. Y así, un golpe tras otro, la vivienda quedó reducida a escombros. Una papilla cuyos ingredientes eran materiales de construcción, objetos personales, ilusiones, recuerdos, niños corriendo por los pasillos, besos y caricias, alguna discusión, materiales de construcción en definitiva. Al terminar, mi amigo se sentó sobre todo aquello y con un palo empezó a removerlo. Tenía el aire de un cocinero siniestro que menea los ingredientes de una especie de potaje que todavía no lo es pero lleva camino de serlo, de un potaje en potencia vaya. Mi amigo, convertido en un cocinero cubierto de sudor y polvo, sucio, cocinando los escombros de una vida para servírselos a un banco en su banquete diario de fagocitación de existencias. Antes las desgracias nos venían en forma de desastres naturales, de divorcios, de cuando te caíste por las escaleras, de cuando fuiste al médico y te diagnosticó un tumor, de cuando tu hija suspendió las matemáticas. Ahora son los bancos los que irrumpen en nuestras vidas cual tsunami y se lo llevan todo, el papel higiénico, la pasta, la de dientes y la otra, los bastoncillos de los oídos, la tele, los libros y si pueden hasta su perro. Y tras arramplar con ese todo, nos dejan en un estado de coma vital, en el que nos seguimos moviendo como muertos en vida, en el que vemos, oímos, si nos pinchan nos duele, en el que todo está en orden y en el que, en realidad, no funciona nada.

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