Hemiplejia

Publicado en El día de Zamora el 20 de julio de 2012.

Tengo calor. Y eso, para los no iniciados, implica que no me apetece nada más que estar tirado bajo un árbol y con un buen suministro de agua cerca, para bebérmela y para sumergirme en ella. Incluso, en un alarde de creatividad, me da por leerme algún libro. Y a eso vamos. El otro día estuve leyendo a Ortega y Gasset. Lo siento, no todo va a ser el cachondeíto del coito de la semana pasada, aparte de mover la entrepierna también tenemos que mover el cerebro, así que no me sean perezosos y sigan leyendo esta columna. Por cierto, si alguno de ustedes ya ha hecho el chiste típico de que eran dos filósofos, uno Ortega, el otro Gasset, merece una muerte lenta y dolorosa. Pues bien, ahí me tienen en traje de baño con mis gafas de pasta leyendo a Ortega cuando me encontré con su lapidaria forma de pensar acerca del posicionamiento político, que resumía diciendo que “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. Y con esto Ortega no nos envía directos al centro político, no, si seguimos leyendo, el filósofo nos invita a rechazar las referencias ideológicas por suponer, según su parecer, un defecto moral. En consecuencia, una persona recta no debería pensar en ser de izquierda ni de derecha. Aparte de las tradiciones, la igualdad o la libertad, lo que más enfrenta a la derecha y a la izquierda son los privilegios. Así, la hemiplejía de derecha vendría a ser el apego a prerrogativas a costa de la justicia, del bien común y de la solidaridad, y al precio de ocasionar el sufrimiento ajeno. Una sociedad hemipléjica que sólo defendiera el privilegio sería una sociedad inmoral y opresiva. El reverso de la moneda, la hemiplejía de izquierda, implicaría el resentimiento más brutal que hace que todo mérito o acierto se vuelva una acusación contra alguien, que el progreso de las personas se impute no a su buen hacer sino al amiguismo, a que se acostó con este o aquel, a que compró a no sé quién, y que la envidia se considere una virtud, lo que desemboca en el odio enfermizo a los más desarrollados, a los ricos, a los cultos. Todo esto viene a que, otra vez, nos estamos atrincherando en una de las dos Españas de Machado y ya saben cómo acabamos cada vez que nos da por ahí. Así que no me sean hemipléjicos, que eso solo les llevará a tener medio pensamiento paralizado.

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