Tengo calor. Y eso, para
los no iniciados, implica que no me apetece nada más que estar tirado bajo un
árbol y con un buen suministro de agua cerca, para bebérmela y para sumergirme
en ella. Incluso, en un alarde de creatividad, me da por leerme algún libro. Y
a eso vamos. El otro día estuve leyendo a Ortega y Gasset. Lo siento, no todo
va a ser el cachondeíto del coito de la semana pasada, aparte de mover la
entrepierna también tenemos que mover el cerebro, así que no me sean perezosos
y sigan leyendo esta columna. Por cierto, si alguno de ustedes ya ha hecho el
chiste típico de que eran dos filósofos, uno Ortega, el otro Gasset, merece una
muerte lenta y dolorosa. Pues bien, ahí me tienen en traje de baño con mis
gafas de pasta leyendo a Ortega cuando me encontré con su lapidaria forma de
pensar acerca del posicionamiento político, que resumía diciendo que “Ser de la izquierda es, como ser de la
derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un
imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. Y con esto Ortega no nos
envía directos al centro político, no, si seguimos leyendo, el filósofo nos
invita a rechazar las referencias ideológicas por suponer, según su parecer, un
defecto moral. En consecuencia, una persona recta no debería pensar en ser de
izquierda ni de derecha. Aparte de las tradiciones, la igualdad o la libertad,
lo que más enfrenta a la derecha y a la izquierda son los privilegios. Así, la hemiplejía
de derecha vendría a ser el apego a prerrogativas a costa de la justicia, del
bien común y de la solidaridad, y al precio de ocasionar el sufrimiento ajeno.
Una sociedad hemipléjica que sólo defendiera el privilegio sería una sociedad
inmoral y opresiva. El reverso de la moneda, la hemiplejía de izquierda, implicaría
el resentimiento más brutal que hace que todo mérito o acierto se vuelva una
acusación contra alguien, que el progreso de las personas se impute no a su
buen hacer sino al amiguismo, a que se acostó con este o aquel, a que compró a
no sé quién, y que la envidia se considere una virtud, lo que desemboca en el
odio enfermizo a los más desarrollados, a los ricos, a los cultos. Todo esto
viene a que, otra vez, nos estamos atrincherando en una de las dos Españas de
Machado y ya saben cómo acabamos cada vez que nos da por ahí. Así que no me
sean hemipléjicos, que eso solo les llevará a tener medio pensamiento
paralizado.
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