De vez en cuando, así sin más, me siento triste. No sé cuál es el catalizador que me lleva a ese estado, puede que sea una canción que escucho de pasada, o una frase que apenas alcanzo a leer de reojo, pero la tristeza se presenta sin ser invitada. El otro día me sucedió esto mismo y la tristeza entró por debajo de la puerta de casa para sentarse a mi lado en el salón y he de decirles que no mola nada, porque no es como otras veces en las que se me aparecen cosas con las que puedo comunicarme y que vengo enseguida a contarles, la tristeza no te habla, no dice por qué te invade, solo surge y te muestra tus miedos y carencias, tus infortunios personales y el devenir que te acaecerá por todos ellos. Te asoma al borde del acantilado y ni siquiera te deja saltar para huir, porque lo que necesita es alimentarse de toda esa desgracia que te tiene dominado y que, aunque obvies o encierres muy dentro de ti, ella es capaz de encontrar y mostrarte. De vez en cuando, así sin más, me siento triste. Si, ya sé que no solo me pasa a mí, pero la tristeza te hace ser egoísta para lograr aislarte y convertirse en tu única compañera para, además, tratarte como a un desconocido.
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