Sucede algunas veces que, aunque pongamos sumo cuidado en lo que hacemos, nos cortamos y sangramos. Con las avenidas suele pasar lo mismo, por muy largas y perfectas que sean, se cortan y es allí donde nacen las esquinas de las calles que nos dan la alternativa de girar en vez de seguir todo recto. Esas calles suelen ser menos luminosas y anchas que las avenidas, pero nos dan la oportunidad de perdernos por ellas obviando el camino recto, la senda establecida. Y en esas calles es donde uno suele conocer de verdad las ciudades. Volviendo a las personas, cuando nos cortamos y sangramos también nos desdoblamos para sacar alguno de los otros yos que nos habitan. Sangramos y blasfemamos. Sangramos y le gritamos al primero que osa llevarnos la contraria en algo. Sangramos y en vez de ponernos la pulcra camisa nos vestimos con una camiseta roída y asaltamos la noche. Es el Mr. Hyde de nuestro Dr. Jekyll el que nos hace sangrar justo cuando la olla está al borde de la explosión y hace sonar ese pitido característico que nos informa de que hasta aquí llegué y necesito sangrar por algún sitio para no reventar. Algunos días sé que ustedes también lo necesitan. Háganlo, pero recuerden que después es necesario pedir perdón a los que hayamos salpicado con nuestra sangre.
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