Perdidos

Publicado en El día de Zamora el 24 de febrero de 2012.

El otro día, por la mañana, me miré en el espejo y no me reconocí. Y no, no vayan ustedes a pensar que eran los efectos de una noche memorable en lo etílico o que así recién levantado uno es desagradable de ver. La imagen del espejo era la de siempre, pero no me reconocía. Tampoco me identificaba con la ropa que me puse después, o sentado dentro de mi despacho. Ni con mis compañeros, ni con mis amigos. La sensación empezó a ser irritante hasta que, al echar mano de la cartera, me di cuenta de que mi D.N.I. estaba caducado y necesitaba renovarlo. Fue tener en mis manos el nuevo documento puesto al día y toda mi identidad volvió a mi propio ser, y ya era de nuevo yo en mis zapatos y en mi vida. Volver a ser yo mismo también me provocó un sentimiento incómodo, era mucho mejor ser esa otra persona con toda una biografía por escribir, y pensar que venimos definidos por aquello que nos identifica en nuestro trabajo, en nuestro estado civil, el posicionamiento religioso, el político, y en todo lo demás, no ayudó a mitigar esa desazón. Así que hice una hoguera, cogí mi partida de bautismo y la eché al fuego. Todo atisbo de catolicismo desapareció de mí. Hice lo propio con el título universitario y ni rastro del abogado que se supone que era. Y así, uno por uno me fui deshaciendo de todos los documentos que me definían hasta que solo quedó el certificado de nacimiento, que poco a poco se fue convirtiendo en ceniza hasta que por fin pude ser yo mismo y encontrarme. Justo en este punto y final.

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