Llamamientos

Publicado en El día de Zamora el 2 de marzo de 2012.

Un día, no muy lejano, me quedaré en la cama y no me volveré a levantar. Al menos no hasta que no me dé la gana. Nada de despertador, nada de teléfono móvil, nada de clientes, ni de familia, ni de pareja e hijos imaginarios, ni del cartero o el revisor del gas. Me quedaré emboscado en mi edredón nórdico, remoloneando, intentando averiguar qué hora es por la poca luz que entra por los resquicios de la persiana, o ni siquiera eso. E imaginaré que ese día todos los que conformamos la infantería ciudadana nos hemos quedado en la cama y hemos mandado al cuerno nuestras obligaciones, las impuestas y las que no, y no se escuchará un ruido por la calle, ninguna sirena, ningún frenazo, ningún claxon, ninguna música estridente del coche de algún cani/choni. Y todos aquellos que nos han tomado por estúpidos, que nos miden por lo que gastamos, por lo que pensamos, por lo que hacemos o dejamos de hacer, se darán cuenta de que sin nuestra presencia no son nadie, y que ya nos hemos hartado de que solo tomen decisiones para cómo arruinarnos la vida, para cómo apretarnos más las clavijas hasta que nos crujan las costillas, o de cómo golpearnos con la porra en el cuerpo y en el alma. El día anterior a ese día nos habrán quitado nuestro último derecho y por eso no merecerá la pena levantarse, hasta que uno de nosotros, sin nada que perder ya, salga de casa y se plante delante de un ministerio, de una comisaría, de un banco. Y se quede ahí, y junto a él, todos los demás.

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