Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 20 de octubre de 2023.
Por concretar, la R.A.E. define a
la mentira como la
expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente, y
al hecho de comunicarlas se le denomina “mentir”. Si bien la mentira es considerada
un antivalor moral y siempre tiene una connotación negativa, su uso
está muy extendido (oh, sorpresa) desde el punto de vista biológico como
mecanismo de supervivencia y en el ser humano incluso desde el punto de vista
de integración social, lo cual es, de algún modo, otro mecanismo de
supervivencia. Y este sería el tratamiento que podríamos hacer de la mentira de
“puertas para afuera”, pero la mentira también tiene un aspecto interesante,
que en contraposición al anterior podríamos llamar “de puertas para adentro” y
que consiste en el autoengaño, entendido a mi parecer como la manifestación
suprema de la mentira, dado que tiene
estrecha relación con la generación de optimismo y esperanza. Pero este último
aspecto también implica un mecanismo de supervivencia, ya que las personas que
son capaces de autoengañarse, que pueden de alguna manera modificar su
interpretación de la realidad, son, en términos generales, personas más
estables emocionalmente. Su contraparte, las personas que observan la realidad
tal cual es, son individuos con más tendencia a la depresión, en general, son
menos sociales y más fatalistas. Esta capacidad para percibir de una forma más
amable la realidad es nuestro fundamento para argumentar que
la mentira puede, en ciertas circunstancias, ser benéfica y nos permite dejar
de conceptualizarla como un antivalor moral, sobre todo bajo este último
aspecto, debido a que la capacidad de autoengaño aligera muchas de las
tensiones a las que a diario nos enfrentamos. ¿Qué
hemos aprendido en estas
pocas líneas? Que es mucho mejor vivir engañados, bien desde fuera o bien desde
nuestro interior, porque ello nos ayuda a mantener una actitud más optimista y
tranquila en nuestro día a día. Esta afirmación no es una novedad, porque ya la
tenían ustedes, por ejemplo, en la obra de Huxley “Un mundo feliz” (1932). En
ella se nos dice que “62,400 repeticiones hacen una verdad”,
lo cual es cierto dado que mientras más veces escuchamos una afirmación,
nuestro cerebro la va aceptando como verdad. Paulatinamente la dejamos de
cuestionar, de resistirnos a ella, hasta que se instala por completo en nuestro
subconsciente. No puedo darles una solución o una respuesta categórica a todo
esto, pero recuerden las palabras de San Juan: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, aunque si no quieren
ser tan radicales, piensen que si la mentira está tan extendida en la
naturaleza y es tan ubicua en nuestra sociedad, algo bueno debe haber en ella.
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