Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 4 de noviembre de 2022.
Ya saben, porque ha sido público y
notorio, que venimos de unas fechas en las que, los más o los menos, se han
disfrazado cambiando así su aspecto externo y dejándonos entrever su
“demoniaca” o “maléfica” personalidad. Bien es cierto que estas festividades
pasadas lo que requieren es precisamente eso, dar miedo o asustar con nuestro
aspecto externo, pero también es conocido por todos que hay mucha gente que va
por la vida disfrazada de cordero cuando en realidad lo que llevan debajo es un
ser malvado y digo “ser malvado” para no decir lobo, que no tiene culpa el lobo
de que le hayan colgado ese sambenito. A diario somos víctimas no ya de
personas crueles como tales, pero sí de individuos que mediante la falsa bondad,
la manipulación, la ironía más dañina, el egoísmo o hasta la agresividad
encubierta, y entiendan esta agresividad no ya como maltrato físico, sino la
emocional, la verbal, esa que es difícil probar o demostrar pero que por su
cotidianeidad suele pasar desapercibida, nos tienen en su punto de mira y pretenden
mantenernos bajo su control. Ah, y por dejarlo claro, todo ese relato que les
acabo de exponer es transversal en la sociedad con independencia de la edad,
profesión o nivel económico que ustedes tengan, ese perfil habita entre nosotros a nivel familiar, laboral
y en cualquier otro escenario. Como es obvio, la única defensa que tenemos
contra ellos es la intolerancia, la no-tolerancia de tales comportamientos.
Así, da igual que sea nuestro hermano, nuestro compañero de trabajo, nuestra
pareja o un tipo con el que coincidimos en el transporte público, en un bar o
en un gimnasio: los perturbadores de la calma y el equilibrio,
de nuestra paz, sólo buscan una cosa: apagar nuestra autoestima para tener el
control. ¿Y qué
hacemos contra esta gentuza? Pues miren, aquí podría empezar a citarles libros
de autoayuda donde nos dirían que para mejorar nuestra estima personal hay que
recordar que “es más poderoso aquel que es dueño
de sí mismo” o cosas así, pero prefiero
acudir al viejo refranero con aquello de “más vale ponerse una vez colorado
que ciento amarillo” y así afrontar con
decisión las situaciones desagradables que esos seres que nos rodean
tratan de provocarnos, con el objeto de no arrepentirse después por no haberlos
confrontado en su momento. Y si es posible, pongan tierra de por medio. La
distancia es la mejor solución, tanto la física como la emocional.
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