Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 29 de septiembre de 2022.
Hace unas
semanas, en la casa que hay frente a la mía, han empezado a hacer obras. Obras
de demolición, por concretar, ya que, según parece, están tirando todo el
interior para, supongo, reconstruirlo de nuevo a su gusto. Me sorprenden las
personas que adquieren un inmueble para derruirlo y volver a construirlo, en
una especie de “me gustas, pero no así. Y te voy a recrear a mi imagen y
semejanza”. Muchas veces eso mismo pasa también con las personas. Conocemos a
alguien, profundizamos en la relación que tenemos y pasado un tiempo llegamos a
la conclusión de que la persona nos gusta pero que hay cosas que tenemos que
cambiarle. Bien es cierto que, en la mayoría de los casos, no demolemos toda su
personalidad para crearle una nueva, o centrándonos más en lo físico como mis
vecinos con su casa, tampoco le cambiamos la estructura externa previo pasos
varios por diferentes cirujanos estéticos. Ese cambio que tratamos de inducir o
provocar en los demás, cuando lo que deberíamos hacer es cambiar nosotros, sería
una interpretación perversa de la moral Cartesiana. La diferencia fundamental
estaría en que, mientras Descartes concebía su moral provisional como un
intento de evitar la indecisión y la ausencia de certeza hasta que seamos capaces
de actuar bajo nuestro propio criterio sin caer en la indecisión, nosotros pretendemos
cambiar a los demás sin pasar por ninguna fase intermedia. Y no con la
intención, que sí tenía Descartes, de alcanzar verdades claras, distintas y
evidentes para evitar caer en la precipitación e interpretar por verdadero
aquello que no es más que falso, sino por la comodidad que nos da moldear a los
demás según nuestras ideas y criterios. Ahora bien, ese intento de cambiar a
los otros implica una inseguridad subyacente, que es la de qué opinarán los
demás sobre nosotros y tratar de mejorar
su juicio sobre nuestra persona con esos cambios que
tratamos de inducirles. El creer que los otros tienen una opinión “mala” sobre cómo
somos pone el foco de atención en nosotros
mismos y no en los demás; lo cual nos incomoda y por ello consideramos que el
único pensamiento que precisa ser cambiado es el de los demás, por lo que
tratamos de inducirlos a pensar diferente. Total, que los
vecinos que tengo frente a mi casa están de obras y me da igual lo que piensen
de mí, porque si supieran lo que pienso yo de ellos…
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