El anillo de Giges.

            Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 24 de junio de 2022.

Los que me conocen saben de mi afición por la obra de Tolkien y su libro “El Señor de los Anillos”, pero hoy les voy a escribir sobre otro autor y sobre otro anillo con cierto parecido al forjado en el Monte del Destino. En los libros sobre “La República”, Platón cuenta que Glaucón y Sócrates, dos filósofos, entablaron un estimulante diálogo sobre qué es la justicia y qué es ser una persona justa. Para intentar encontrar una respuesta, a Glaucón le pareció oportuno contar la historia del anillo de Giges. Giges, rey de Lidia, tenía un anillo mágico que hacía invisible a la persona que lo llevaba con solo girarlo, y cuando lo rotaba de nuevo se hacía otra vez visible. Esta persona podría matar, robar y violar las leyes con toda impunidad porque nadie la ve. Suponiendo, cuenta Glaucón, que tuviéramos dos anillos como el de Giges y diéramos uno a un hombre justo y otro a uno injusto, los dos podrían obrar mal al hacerse invisibles y nadie se daría cuenta. Glaucón estaba convencido de que eso es lo que harían los dos, actuar mal, porque, según su criterio, lo único que nos obliga a obrar bien es que otros nos vean; la única razón que tenemos para actuar bien es el temor al castigo, el miedo a perder la buena reputación, el pánico a ver manchado nuestro buen nombre. Si esto fuera así, cosa que no descarto, la realidad constataría que no es que la justicia la que nos interese por sí misma: no nos importa dañar a otros ni nos preocupamos por mejorar sus vidas. Lo único que nos disuade de cometer tropelías es el miedo a la cárcel, a la multa, al descrédito, a la vergüenza social. Hay otra manera de interpretar el mito de este anillo y es la que aporta Sócrates, el cual considera que si diéramos el anillo a una persona justa y a una injusta, y al saberse invisibles las dos actuaran injustamente, entonces es que la primera no era justa. Para Sócrates, la persona justa es la que sigue comportándose con rectitud aunque lleve el anillo, aunque nadie la vea. Permítanme para concluir que en mi opinión, el temor al castigo es lo que mantiene el orden social; la humanidad sólo obra bien por necesidad, porque las circunstancias le obligan a ello. Triste, pero real.

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