Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 27 de julio de 2018.
Esta vez, pese a lo que suelo hacer en mis artículos que es darles datos certeros y
tratar de ubicarles en un espacio-tiempo concreto, no me va a ser posible. Aun así, les voy a contar una historia conocida por todos, pero que nunca había
sido narrada desde este punto de vista. No sabemos cuándo “nació” la piedra de
la que les hablo, pero sí podemos afirmar que viajó poco a lo largo de su vida.
Una riada la desplazó hacia el sur y un pequeño movimiento tectónico, que le
causó ciertas cosquillas, la movió apenas unos metros más. Y ya.
Un día en la
vida de la piedra se produjeron unos acontecimientos que cambiaron su
existencia para siempre. Ese día, el cual desconocemos, un anciano hincó en sus
entrañas una espada y con las mismas desanduvo su camino. El sujeto en cuestión
nunca le preguntó a la piedra si quería ser atravesada por la espada, ni el por qué de este hecho, pero sin
remedio quedó alojada dentro de ella y allí permaneció numerosos años. Durante
estos, la solitaria vida de la piedra se convirtió en un transitar de hombres
empeñados en sacarle la espada de dentro. Al principio agradecía los esfuerzos
de estos, pero poco a poco se acostumbró a la presencia de la espada hasta que
la consideró parte de sí misma. La espada y ella eran ya uno, le desagradaba la
obstinación de los hombres en quererla para ellos, y el desagrado se convirtió
en miedo a perderla. Ya saben cómo acaba esto; llegó un muchacho, del que menos
cabía sospechar ni por parte de los hombres ni por parte de la piedra que
pudiera quitarle su espada, pero…
La vida de la
piedra volvió a ser como era, pero todo era diferente. No añoraba el
transitar de hombres que perturbaran su descanso, sólo echaba de menos a su
espada. Al sacársela, aquel muchacho había dejado en ella una profunda cicatriz
que fue cerrándose con musgo, polvo, líquenes y otras cosas típicas de las
piedras, tan ajenas a nosotros. La cicatriz pasó a ser imperceptible con el
tiempo, pero la herida siempre siguió allí. Sólo pensaba en que, cuando la
espada dejara de serle útil al muchacho, se la devolvería; pero en vez de eso,
la tiraron a un lago. La piedra nunca supo de estos acontecimientos, y allí
sigue, cubierta por el tiempo, en silencio, esperando, con una herida que no
olvida.
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