El pasado jueves Michael Haneke recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. A un alemán, como si no tuviéramos bastante con los alemanes de un tiempo a esta parte, también le damos premios molones. Y encima el tipo es de Múnich. Los muniqueses, o como se llamen, atropellan al Barça, lo dejan tirado en la cuneta y ya que pasan por aquí, también se llevan el Príncipe de Asturias de las Artes. Lo importante del caso es que Haneke es un tipo listo. Haber nacido en 1942 en Alemania no tuvo que ser fácil, y la consecuente infancia, tampoco. Pese a que sus padres estaban vinculados al mundo del cine, director él, actriz ella, sus estudios se centran en la filosofía y la psicología, y ya más tarde optaría por el drama. Debido a sus fracasos en el campo de la interpretación y de la música, decidió convertirse en crítico cinematográfico y profesor de dirección. Vencidos sus ya mencionados fracasos, en 1989 debuta en la pantalla grande con El séptimo continente, que junto con El video de Benny hizo que empezara a correr el rumor de que en el centro de Europa, allí donde tenemos la creencia de que la gente es fría y calculadora, había un director que retrataba con su cámara las vertientes más oscuras de la condición humana. Y esa senda es la que siguió Haneke y hasta hoy no la ha abandonado. Una senda de éxito sin duda, trazada desde Funny games pasando por La pianista, El tiempo del lobo, Caché, La cinta blanca y Amor. Toda esta retahíla de películas le ha servido para ganar el Gran Premio del Jurado en Cannes; Mejor dirección, también en Cannes; dos veces la Palma de Oro, cómo no, en Cannes, y tres veces los Premios de la Academia de Cine Europeo a mejor dirección y mejor película. Vemos pues con todo esto que nos va la marcha. Quiero decir, que no todo en el cine son explosiones, superhéroes y producciones de Hollywood en 3D. Haneke nos enseña las sombras del comportamiento humano de un modo magistral y aterrador, debido quizá a su condición de psicólogo. Logra que, al concluir sus películas, cuando la sala se llena de luz, esa claridad no nos penetre, porque nuestro ánimo es probable que siga por el suelo, invadido por el desasosiego y la ingratitud. Aun así, puede ser que Haneke sea uno de los mejores directores del momento. Hasta en esto también ganan los alemanes.
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