El extraterrestre.



                 Publicado en La Galerna el 10 de abril de 2020.


Hagan conmigo un viaje en el tiempo, al pasado más en concreto. Y también un viaje conceptual. El primero nos llevará hasta 1976, y el segundo, a cuando los extraterrestres no eran seres todopoderosos con ansias destructivas y totalitarias, sino más bien personajes extraños que se intentaban adaptar como podían a su vida en la Tierra. Pues allá por 1976, uno de esos extraterrestres apareció en camiseta y pantalón corto en una cancha de baloncesto. Su nombre, Fernando Romay Pereiro y su mayor particularidad es que era, y sigue siendo, un tipo alto. Muy alto. En aquellos años, y los posteriores, Romay era “el diferente” dada la ausencia de jugadores  que pasaran de los 2.10. Era un baloncesto más cerrado, más cercano a la canasta porque no existía la línea de tres puntos y se daba más cera en defensa que hoy día. Aún así, recuerdo que a Romay se le penalizaba siempre, probablemente porque era al que más se veía, el que más destacaba. En un deporte de altos, él era el más alto y pese a ello nunca tuve la sensación de que “abusara” de su físico. Siempre me pareció un tipo noble, alejado de la condición social de ídolo que tuvieron otros compañeros suyos como Fernando Martín, aunque también hay que reconocer que, entonces, el baloncesto no tenía el gran reconocimiento que tiene hoy día. Romay, siempre con el número 5 en el Madrid y el 9 con España, lo ganó todo tanto con su club como con la selección, incluso llegó a ganar una liga de fútbol americano con las Panteras de Madrid. No era el tipo más coordinado que he visto en una cancha de baloncesto, ni el más ágil, insisto en lo del viaje en el tiempo a un pasado en el que ni la preparación física ni la técnica eran las de hoy, pero sí tengo presente su brega, su dejarlo todo en la cancha, su defensa de lo que es el Real Madrid, una entrega absoluta por una causa. Un extraterrestre discreto que desde que dejó el baloncesto se ha dedicado a trabajar con la gente joven para educarla en la disciplina y en el valor de la diferencia. “¿Cómo puedes ser genial sin ser diferente?” le leí una vez. Y así es, Romay fue un deportista diferente y sigue siendo una persona genial. 


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