Publicado en La Galerna el 21 de junio de 2019.
Se acabó el
verano. No, no es que hayamos viajado en el tiempo hasta el 23 de septiembre,
que por cierto, vaya miseria de viaje en el tiempo, sino que a las 00:00 del
día de ayer, acabó lo que de un tiempo para acá se ha venido a llamar
“summeriana”. Tras la decepcionante temporada que tuvimos que padecer el año
pasado, estábamos todos asomados al balcón esperando ver el desfile de
jugadores salientes y sobre todo de los entrantes. Todos deseosos de que se
consumara aquella revolución que anunció Zidane, aquello de se irán cinco o
seis y vendrán otros cinco o seis. Pues bien, de aquel final de mayo a este
inicio de septiembre, Zidane no ha decepcionado en su vaticinio. Sí, lean bien,
no ha decepcionado. Para empezar, no recuerdo a Zidane pronunciando la palabra
“revolución” cual beatle alopécico, y sí hablando de “habrá cambios, pero muchos
jugadores se quedarán aquí”. La promesa ha devenido en realidad, aunque con la
pequeña trampa de que se fueron quienes quisieron irse y se quedaron los que
quisieron quedarse, lo cual, a mi entender, dice muy poco de la dirección
deportiva del equipo. O dice mucho. Dice que esta es errática, improvisada, que
se trae talento pero que no se le da la oportunidad de ratificarlo en la
primera plantilla. Hay una desconfianza de Zidane en la savia nueva, o una
deficiencia a la hora de ir integrándola en la ya consolidada. Desde mayo,
Zidane creó en su laboratorio un sistema de juego cuya piedra angular sería
Pogba, confiado en que Florentino obraría su magia y el Manchester United
cedería ante los encantos del presidente. Pero ni hubo magia ni los muros del
United cayeron para que Pogba los atravesara de camino al Bernabéu. Se le
señaló la puerta de salida a Bale, pero este ni siquiera se acercó a ver si
estaba entreabierta. A James se le puso la maleta teñida de rojiblanco en esa
misma puerta de salida, pero después del episodio lamentable del 27 de julio en
la International Champions Cup la maleta se quitó de en medio y nunca más se
supo. Y Pogba flotaba en el ambiente mientras el centro del campo se vaciaba en
cesiones y ventas. Acabará viniendo, ya lo veréis, igual que Neymar se irá al
final al rinconcito del noreste. Y Zidane-Paul Newman, el incendiario, empezó a
desechar a todos los Eriksens, Van de Beeks y similares que se le ofrecían,
mientras que Florentino-Orson Welles le dejó hacer confiando en la relación
casi paterno-filial que ambos tienen y en esa intuición de quien ya lo ha visto
todo en la vida. Y mientras tanto, nosotros, sentados en el patio de butacas,
hemos visto pasar este largo y cálido verano moviendo la cabeza de derecha a
izquierda en un continuo no, no, y no. Sudando y no sólo por las altas
temperaturas, temiéndonos una repetición de la temporada pasada, intentando
encajar a Pogba en el centro del campo, estudiando geometría euclídea para
poder entender el 5-3-2, el 4-3-3, el 4-4-2 o cualquier otra disposición que
pudiera desplegarse en el terreno de juego, o todas a la vez, que más que el
ballet del Bolshoi a veces el equipo nos parecía la función de fin de curso del
colegio de cualquiera de nuestros hijos, y Zidane, en vez de Herbert Von
Karajan o Zubin Metha, un loco cualquiera en el arcén de una autopista agitando
los brazos para vete tú a saber qué. Pero, pese a todo ello, y dada la
confianza inquebrantable que le debemos al Real Madrid, hemos de mantener la fe
en que, al final, todo saldrá bien. Y que en este fin de verano, mientras
nosotros seguimos sudando la gota gorda haciendo cábalas y mesándonos los
cabellos, Zidane y Florentino están sentados en el muelle de la bahía,
adaptando la canción de Otis Redding, viendo partir a los infieles, dejando el
tiempo correr, sabiendo que más pronto que tarde, volverán.
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