Internet.

Publicado en El Día de Zamora el 3 de enero.

Tenía que suceder. Y es que el ir de moderno, de una manera u otra, siempre supone un coste. Allá por 1969 se creó la primera red interconectada de ordenadores, lo que podríamos llamar el amanecer de internet. La cosa esta se popularizó casi veinte años después, y es a partir de ahí donde la historia que les voy a contar toma cuerpo. Resulta, y esto no nos lo contaron cuando empezamos a usar internet, que cuando ustedes se conectan indagando sobre algo a través de cualquier buscador y reciben cual maná la información que buscaban, de manera recíproca, ustedes le entregan a internet parte de su ser. A cada momento que pasan delante de su ordenador conectados a la llamada, de manera rimbombante, “red de redes”, del mismo modo que reciben información, parte de su ser se incorpora a internet para suplir el hueco que ha dejado la descarga de su búsqueda. El problema es que hay gente que pasa tanto tiempo conectada a internet que ya le ha cedido a este monstruo casi toda su voluntad, incluso su propio ser físico. Alrededor de todo el planeta se han empezado a experimentar desapariciones de personas, seres que se han sublimado en sus hogares, en sus puestos de trabajo, en el metro, en el autobús, en mitad de la calle. Seres que pasaron de estar a no estar, que de tanto que quisieron sacar de internet pasaron de manera literal a desaparecer e integrarse en esa nube de información que requirió como peaje, como tasa, su propia presencia. Y ahora están ahí, en el ciberespacio, y solo podemos acceder a ellos a través de la propia internet, lo cual crea un círculo vicioso que alimenta a la propia Bestia, ya que si ustedes quieren contactar con esa persona desaparecida, deberán hacerlo a través de internet y para ello tendrán que ceder a su vez parte de sí mismos, con el riesgo de acabar desapareciendo al igual que el ser con el que pretenden contactar. No caigan. Si creen que un ser está desaparecido, llámenlo por teléfono. Y si atiende la llamada, queden con él para cerciorarse de su existencia real. Si no responde, olvídenlo. Se sublimó. Y ya no merece la pena el sacrificio de buscarlo. 

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