Se lo tengo dicho, pero creo que ustedes no me acaban de hacer caso. Vivimos en un mundo raro, muy raro a veces, y la cosa no solo no tiene indicios de volver a la normalidad, sino que continúa avanzando hacia lo anómalo. Y el último acontecimiento que paso a narrarles lo confirma. Paseaba yo, en realidad los que me han tratado confirman que yo nunca paseo, que camino demasiado deprisa como para que lo que yo hago sea lo que los comunes entienden por pasear, pero el que cuenta la historia soy yo y les confirmo que paseaba por una de las calles de nuestra ciudad, concentrado en la pantalla de mi dispositivo móvil, igual que el resto de la gente con la que me cruzaba y que pude entrever con el rabillo del ojo. Era tal la naturaleza de los seres con los que me encontraba que todos podíamos tener la categoría de discapacitados, porque no veíamos nada de lo que nos rodeaba ni tampoco percibíamos el ambiente, ya que llevábamos los oídos ocupados con nuestros reproductores de música. A veces, les confieso, me pongo los auriculares para dar sensación de estar aislado y distraído, y así ahorrarme saludos incómodos, que en realidad para mí lo son todos. Y en estas, comenzó a llover. Una lluvia que apenas calaba, pero vayan ustedes a saber qué era lo que caía aparte de agua porque todos estos cachivaches modernos empezaron a fallar. No quedaron pantallas operativas a las que dirigir la vista, ni música directa en nuestros oídos. De repente se hizo el silencio en nuestras cabezas, y nuestros ojos, acostumbrados a ver a 20 centímetros de distancia, prolongaron la mirada decenas de metros hacia el horizonte. Se escuchaba la lluvia, un sonido que apenas recordábamos, y en vez de enviar mensajes y mensajes, no quedó más remedio que pasar de una acera a otra para saludar a los amigos, familiares o conocidos. Salió el arco iris, no tan perfecto como el que veíamos en las pantallas, pero era de verdad. Y a partir de entonces comenzamos a habitar un mundo más raro todavía que el anterior, uno en el que hablábamos con una mesa en medio, en el que nos tocábamos, en el que nos veíamos en 3D y en el que hasta el sexo tenía tacto, olor, gusto y olfato.
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