Altruismo

Publicado en El día de Zamora el 26 de abril.


El otro día se quejaba un conocido sobre lo mucho que él estaba disponible para las necesidades de los demás y lo poco que esos demás se encontraban para echarle una mano cuando él lo necesitaba. Ante tal enojo, intenté que se diera cuenta de que cuando uno le hace un favor a otra persona o le presta ayuda está haciendo eso, un favor, y que como tal no ha lugar a después reprocharle su falta de atención si no nos lo compensa de algún modo. El resumen es que un favor es un favor y se hace por mero altruismo, de un modo desinteresado, incluso a veces yendo contra nuestros propios intereses. Vamos, que es todo lo contrario al egoísmo. El conocido en cuestión se fue descontento con mi punto de vista, porque también es muy común que, además de pretender cobrarnos los favores que hacemos, cuando planteamos algo con lo que otros discrepan queremos que nos den la razón sin más, y en cuanto la argumentación que recibimos sea contraria a nuestra opinión, la ofensa brota cual mala yerba. 

Pese a todo esto, igual peco de ingenuo, yo dudo que el altruismo como tal no exista. Tenemos casi todos los días noticias de gente que arriesga su vida para salvar a desconocidos, seres que trabajan de voluntarios en hospitales o en diferentes instituciones. No son locos de atar, ni son ingenuos. Son personas que actuando de tal modo creen que su vida se desarrolla con una mayor plenitud, y el beneficio que obtienen de ello es la propia satisfacción particular de sus actos. Ahora bien, no les puedo negar que lo que sí es muy común es que seamos más solidarios sólo, o en mayor modo, con todos aquellos que, en uno u otro momento, nos podrán responder de la misma manera. Y es que no sé en otras sociedades, pero en la nuestra somos más partidarios del “quid pro quo”, lo que toda la vida ha sido algo así como yo te rasco la espalda para que tú me la rasques a mí. Pero con esto hay que tener cuidado, que quienes hayan visto “El silencio de los corderos” recordarán el pacto entre Hannibal Lecter y Clarice Starling en virtud del cual ella deberá responder preguntas privadas y él le dará a cambio respuestas sobre el asesino que busca. Y los corderos nunca dejaron de llorar.

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