El otro día se quejaba un conocido sobre lo mucho que él estaba disponible
para las necesidades de los demás y lo poco que esos demás se encontraban para
echarle una mano cuando él lo necesitaba. Ante tal enojo, intenté que se diera cuenta
de que cuando uno le hace un favor a otra persona o le presta ayuda está haciendo
eso, un favor, y que como tal no ha lugar a después reprocharle su falta de atención si
no nos lo compensa de algún modo. El resumen es que un favor es un favor y se hace
por mero altruismo, de un modo desinteresado, incluso a veces yendo contra nuestros
propios intereses. Vamos, que es todo lo contrario al egoísmo. El conocido en cuestión
se fue descontento con mi punto de vista, porque también es muy común que, además
de pretender cobrarnos los favores que hacemos, cuando planteamos algo con lo que
otros discrepan queremos que nos den la razón sin más, y en cuanto la argumentación
que recibimos sea contraria a nuestra opinión, la ofensa brota cual mala yerba.
Pese a todo esto, igual peco de ingenuo, yo dudo que el altruismo como tal no
exista. Tenemos casi todos los días noticias de gente que arriesga su vida para salvar a
desconocidos, seres que trabajan de voluntarios en hospitales o en diferentes
instituciones. No son locos de atar, ni son ingenuos. Son personas que actuando de tal
modo creen que su vida se desarrolla con una mayor plenitud, y el beneficio que
obtienen de ello es la propia satisfacción particular de sus actos. Ahora bien, no les
puedo negar que lo que sí es muy común es que seamos más solidarios sólo, o en
mayor modo, con todos aquellos que, en uno u otro momento, nos podrán responder
de la misma manera. Y es que no sé en otras sociedades, pero en la nuestra somos
más partidarios del “quid pro quo”, lo que toda la vida ha sido algo así como yo te
rasco la espalda para que tú me la rasques a mí. Pero con esto hay que tener cuidado,
que quienes hayan visto “El silencio de los corderos” recordarán el pacto entre
Hannibal Lecter y Clarice Starling en virtud del cual ella deberá responder preguntas
privadas y él le dará a cambio respuestas sobre el asesino que busca. Y los corderos
nunca dejaron de llorar.
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