Historia de un libro raro

Publicado en Currybeef CM el 8 de febrero.

Existe un libro que nadie puede leer. Un libro pequeño, cuyas páginas, que miden apenas 15 por 22 cm., son de vitela, una especie de pergamino hecho de cuero de cordero muy trabajado y fino. Un libro escrito hace unos 600 años, todo él a mano y por una sola persona, que contiene más de 40.000 palabras, y en el que sólo 33 páginas se libran de contener alguna ilustración. El libro no tiene título, ni fecha, ni autor. Tampoco está repartido en capítulos o secciones, pero los expertos que lo han estudiado lo dividen en cinco partes, a saber: Herbolario, Astronomía, Biología, Farmacia y Recetas. Esta división viene fundamentada en la tipología de sus grabados, dado que, como ya les he dicho, es un libro que no se puede leer. 

Existió un individuo de nombre impronunciable, Wilfryd Michal Habdank-Wojnicz, que nació en Lituania más o menos pasados 460 años desde que se escribió nuestro libro misterioso. Químico y farmacéutico de profesión, la justicia del Zar de todas las Rusias lo deportó a Siberia, donde pasó unas idílicas vacaciones durante cinco años, hasta que logró escapar a Alemania y de ahí a Londres. Allí encuentra el amor, o al menos a una irlandesa con la que casarse, y ambos deciden ocupar su vida escribiendo y enviando a Rusia literatura revolucionaria y traduciendo las obras de Marx y Engels. Ya por esta época, nuestro amigo Wilfryd ha decidido volver un poco anglosajón su apellido impronunciable, para convertirse ahora en el Sr. Voynich. El Sr. Voynich, junto con su mujer, comienza a interesarse por libros antiguos y abre un establecimiento dedicado a ello en Soho Square. Como el negocio les va bien, deciden mudarse a Nueva York, donde siguen con la actividad de libreros de publicaciones raras hasta la muerte de Voynich en 1931.

Del libro apenas se sabe nada hasta principios del siglo XVII, cuando conocemos a su primer propietario, el emperador Rodolfo II de Bohemia (nieto de nuestro Carlos I) el cual, ante la imposibilidad de comprenderlo, se lo cede a diversos alquimistas, lingüistas y sabios de la corte para que procedan a descifrarlo. Pero ya sabemos qué es lo que sucede cuando prestamos un libro a otra persona, que por muy emperador de Bohemia que uno sea, el libro se acaba traspapelando. Y cómo no, el nuestro no iba a ser una excepción; así, de mano en mano y de año en año acaba llegando a un sacerdote jesuita llamado Athanasius Kircher, el cual, tras un infructuoso intento de descifrarlo, lo acaba cediendo a la biblioteca del Collegio Romano, actual Universidad Pontificia Gregoriana. Es el año 1680. Hasta 1912 nuestro misterioso libro va a reposar entre estanterías y arcones de este colegio jesuita. 

Es en esta fecha en la que Voynich inicia diferentes viajes por Europa a la búsqueda de libros para su floreciente negocio en Londres, llegando hasta una población cercana a Roma, Frascati, donde tiene su sede un colegio jesuita cuya biblioteca es conocida entre los expertos del gremio de libreros por sus antiguos y extraños volúmenes. Así, revisando un arcón que contenía los libros que los curas deseaban vender, reparó en uno escrito en unos extraños caracteres que Voynich no pudo identificar. Hojeando el manuscrito, observó que la mayoría de las páginas estaban ilustradas con dibujos de diversas plantas, planetas y figuras humanas. 

Para colmo de las sorpresas, entre las páginas del libro, Voynich halló una antigua carta en latín, fechada en 1666. Los sacerdotes se mostraron de acuerdo en vender el manuscrito y su carta, y Voynich se los llevó a su negocio londinense. Intrigado por los extraños símbolos que contenía, fotografió cada una de sus páginas por el anverso y por el reverso, y envió las copias a expertos lingüistas de su época, pero ninguno de ellos fue capaz de identificar la lengua, ni tampoco los caracteres con los que el libro estaba escrito. Treinta años después de la muerte de Voynich, en el año 1961, su viuda vendió el libro a otro marchante de libros antiguos, de apellido Kraus, el cual, ante la imposibilidad de descifrarlo y de encontrar un comprador, donó el manuscrito a la Universidad de Yale en 1969.

¿Y qué sabemos del manuscrito? Apenas nada, ni siquiera acerca del posible significado real del libro, ni siquiera sabemos si está cifrado, por lo que decidir si empezar por traducirlo o desencriptarlo ya constituye un problema en sí mismo. Dejándonos llevar por las ilustraciones, la primera parte es casi seguro un herbolario, pero ninguna de las especies de plantas en él descritas ha podido identificarse. La sección de astronomía y astrología muestra dibujos similares a galaxias en forma de espiral, o una esfera celeste con un sol y constelaciones desconocidas. Los apartados de farmacia y recetas muestran descripciones acerca de tubos, recipientes y procesos químicos similares a los recogidos en los manuales alquímicos medievales, pero ninguno se identifica con los recogidos en el manuscrito. 

Todos los estudios hechos sobre el libro han sido inútiles. No sabemos si es en realidad un libro científico o una broma de mal gusto de un ilustrado de la época. Como en todas estas cosas misteriosas, se pretende ver en ella la mano de Leonardo da Vinci. Si algo es extraño y las fechas encajan, démosle la autoría a Leonardo y a otra cosa. En la actualidad se trabaja en el proyecto EVMT (European Voynich Manuscript Transcription) que pretende recoger y aglutinar todo lo que se sabe acerca del libro, y elaborar una transcripción completa en formato electrónico. Cuando esta versión esté finalizada, es probable que puedan efectuarse análisis numéricos más precisos que corroboren o refuten algunas de las teorías expuestas hasta la fecha. Pero lo más asombroso de todo es que alguien escribió algo hace cientos de años y aun hoy día no podemos descifrar lo que dice. Y mientras tanto, el bautizado como Manuscrito Voynich descansa en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros, en Yale. Allí sigue, rotulado con el número de catálogo MS 408, riéndose de nosotros de un modo incomprensible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario