Mientras el conductor del autobús me ticaba el billete, vi al fondo a una chica que iba leyendo un libro. Era en apariencia joven, con el pelo liso, vestida con una gabardina roja que no me permitía ver su atuendo pero sí sus medias, negras, tupidas y sus zapatos, negros también, de tacón generoso. Me dirigí hacia ella y me senté a una distancia que podríamos calificar de no tan próxima como para incomodarla ni tan alejada como para no poder observarla con detalle. Apenas iba maquillada, las uñas de color rojo charol, a juego con la gabardina. Y el libro. El libro era lo único que desentonaba con ella, no porque a una mujer joven y atractiva le esté vetado leer, sino porque se trataba de “Elegía”, de Philip Roth. El hilo conductor de la historia está conformado por todos los momentos en que el protagonista, un individuo sin nombre, se enfrenta a la cercanía de la muerte. El libro comienza con el entierro del personaje principal y recorre los instantes más significativos de una vida, la vez en que, siendo niño, atisbó la silueta lejana de un ahogado, su primera estancia en un hospital, el fallecimiento de sus padres y el período en el que comienzan a morir todos sus coetáneos. El protagonista aparece dividido entre la monotonía de su vida y la necesidad de mirar cara a cara su doble condición de anciano y enfermo, para lo que da largos paseos por los cementerios, observando cómo los operarios cavan y rellenan las tumbas. No hay horror o morbo en esas visitas, sólo una percepción de la realidad, como quien mira un atardecer o un paisaje desde el interior de un tren. Y la realidad es que la chica que leía y que atrajo mi atención, sin saberlo, se encontraba en dos lugares a la vez, por un lado en un autobús, tras haber dormido de manera confortable, haber desayunado, haberse arreglado, y por otro en la despedida de un personaje obsesionado con la muerte. Un lugar incompatible con otro. Eso me hizo pensar en todas las vidas que llevamos dentro y la aparente facilidad con la que las relacionamos. Al poco rato, la chica cerró el libro y se bajó del autobús. Olía bien.
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