Unos 175 años después de la fundación del Reino Unido de la Gran Bretaña, y tras siglos partiéndose la cara entre unos y otros en los verdes pastos de las Tierras Altas, a quince ingleses y a quince escoceses se les ocurrió la brillante idea de limar sus diferencias también sobre un verde pasto, pero en vez de a caballo y con arcos, flechas, lanzas y espadas de por medio, con un balón picudo. Haciendo un poco de ficción, aquello debió de gustarles tanto, que después del encuentro unos y otros se fueron a tomar juntos unas pintas. Y como lo de beber cerveza por aquellos páramos se estila mucho, pronto se unieron a la juerga los galeses y los irlandeses. Había nacido el Home Unions, el Cuatro Naciones, el torneo más antiguo en el mundo del rugby. Se decidió competir bajo la modalidad de todos contra todos en partido de ida, alternando anualmente la condición de local, pero como entre estos cuatro familiares las trifulcas políticas eran habituales, el torneo se disputaba de un modo irregular, incluso hubo una época en la que Inglaterra lo abandonó por haberse afiliado a la Internacional Rugby Board.
Pero poco después volvió al redil y no lo hizo sola: se trajo de la mano a un clásico enemigo con el cual poder zurrarse a base de bien en el campo para luego darse la mano como si aquí no hubiera pasado nada. Llega así Francia, con una concepción más estilista del rugby que el de las islas y su clásico juego a la mano.
Tenemos ya, pues, el Cinco Naciones. No solo se trata de ganar el torneo en sí, sino que dentro del mismo se aglutinan diferentes competiciones, a saber: cuando se enfrentan ingleses y escoceses, se juegan la Calcuta Cup; a su vez, Inglaterra, Escocia y Gales disputan la Triple Corona, que se la adjudica el que vence a los otros dos equipos; pero el mayor trofeo, el Gran Slam, lo obtiene el que vence a todos los demás contrincantes. También obtiene un laurel aquel equipo que pierde todos sus partidos: la cuchara de madera, el galardón menos deseado. Hasta aquí la tradición más añeja. En el año 2000 se incorpora Italia a la competición, convirtiéndose el torneo en el “RBS 6 Nations Europe’s Premier International Rugby Tournament”, creándose a su vez nuevos trofeos internos: el Millennium Trophy, que premia al vencedor del partido entre Inglaterra e Irlanda, el Trofeo Eurostar para el vencedor del partido entre Francia e Inglaterra y el Trofeo Giuseppe Garibaldi al vencedor del encuentro entre Italia y Francia. Datos y datos, que no pueden abarcar la grandeza y el sentimiento de este torneo, el respeto que se tienen los rivales y las aficiones, la entrega épica de sus jugadores. Aquí, al contrario que en otros deportes, nunca se silba el himno (himnos de los participantes) del contrario, jamás se le ocurriría a un aficionado al rugby semejante falta de respeto. Cada nación con su himno, los escoceses aparcan el británico “Dios salve a la Reina” por su “Flor de Escocia”; los mismo hacen los galeses, que entonan el “Tierra de mis padres”.
Mención aparte merecen los irlandeses, separados por su geografía, su política, su bandera, su himno y su religión, pero unidos bajo el XV del trébol. El himno irlandés, la nacionalista "Canción del Soldado”, oficial de la República de Irlanda, no representa a Irlanda del Norte, así que la I.R.F.U. encargó en 1995 otro himno, específico para la selección irlandesa de rugby, “Ireland’s Call”, que se entona en los partidos disputados fuera de República de Irlanda. Mientras, en Dublín suenan los dos. Con la bandera, más de lo mismo. Cuando juegan en la República de Irlanda, se emplea la bandera tricolor (verde, blanca y naranja), pero cuando se disputa el partido en Belfast, Londres, Edimburgo, Cardiff, París o Roma, el protagonismo lo toma la denominada “bandera de las cuatro provincias”, que incluye los escudos de Connacht, Leinster, Munster y Ulster, las cuatro provincias históricas de Irlanda.
El Seis Naciones, el rugby, el deporte en el que no se finge una lesión, una agresión, en el que nadie se tira, el deporte de la verdad sin fisuras, arranca una nueva edición este fin de semana con Gales como defensor del título. A modo de anécdota, al otro lado del Atlántico, este mismo fin de semana se juega una cosa llamada Super Bowl, también con un balón picudo de por medio, pero con unos tipos profesionalizados y mediatizados hasta el extremo, con contratos millonarios, llenos de protecciones e inmersos ya en el siglo XXII. Nuestros chicos del rugby siguen partiéndose la cara y sangrando tal y como lo hacían en el XIX, rodilla en tierra, llenos de barro.
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