Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
Y esto, queridos niños, que parece la descripción de lo que éramos y de lo que somos, de dónde estábamos y hacia dónde vamos, no es más que el principio de "Historia de dos ciudades", de Charles Dickens, publicada en 1859 y ambientada en los albores de la Revolución Francesa. Ahí seguimos, en la antesala de una revolución, motivada por un sistema de extrema desigualdad social. Pero eso sí, en estos tiempos podemos dar gracias a la gran sensibilidad de nuestras entidades de crédito, que no son engendros avaros como en la época de Dickens. En esta época tan civilizada del siglo XXI, el sistema financiero solo ha necesitado que 350.000 familias desde 2007 se hayan quedado sin vivienda, que el estado español les haya dado en los últimos cuatro años 110.000 millones de euros y que se hayan producido tres suicidios, dos consumados y uno en grado de tentativa, para que la cartera haya mutado en corazón. Y qué gran corazón han demostrado tener. Se les pasó por alto aquel código de buenas prácticas presentado por el Gobierno de Rajoy, pero no por mala fe, sino porque la gente de los bancos está muy ocupada y no repararon en ello mientras seguían con sus cosas de desahuciar. Pero ahora sí, no pierdan cuidado, que van a paralizarlo todo, que ellos no quieren nuestras casas, que van a ayudarnos a salir de esta, porque en definitiva son uno de los nuestros. ¿Conocen la fábula de la rana y el escorpión? No tengo sitio para contársela pero les recomiendo que la busquen y la lean, aunque la moraleja viene a ser que no trates de engañarte al creer que los demás son o pueden ser de otra manera y menos aún engañarte a ti mismo sobre quién eres.
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