Sí, queridos lectores, tenía que pasar. Como portavoz de la realidad que nos rodea, me he visto en la obligación moral de tratar el tema de las chonis y de los canis, esos seres que, como si fueran un pokemon, evolucionaron de lo que toda la vida fue un “quiyo” ellos y de “la hija de la Loli” ellas. Reconocerlos en nuestro entorno es sencillo, los canis son per se chulescos y bravucones, con una estética hortera en la que abunda el chándal junto con diferentes abalorios de oro y vehículos customizados con las ventanillas bajadas y una música infernal a todo volumen, mientras que ellas, las chonis, son más de ir bien ajustadas, usar unos pendientes de aro de un tamaño tal que se les podría prender fuego para que saltaran por ellos los leones de un circo, rimmel como para asfaltar una carretera así como un moño de dimensiones tales que de noche se las podría confundir con un rinoceronte hembra. La duda está en si los canis y las chonis nacen o se hacen. Pues tras un sesudo estudio, podemos concluir que los tenemos de ambos tipos. Si al nacer te ponen un nombre tal como "Kevin", "Christian", "Brian" o "Jennifer", "Jessica", "Vanessa", "Tamara", sin duda alguna estás destinado a serlo por una mera cuestión de sangre, vamos, como si heredaras un título nobiliario. Pero también los tenemos de carácter inducido, es decir, humanos normales que comienzan a visitar ambientes de ese tipo y adoptan con profusión tanto su estética como sus modos. Respecto a su hábitat, son seres que suelen ir en manadas, entre cinco y siete miembros, y muy territoriales, ya que marcan el terreno con pintadas tipo “yEssI tEh kieroh mUsho”, “er kiYoh” o bien orinando en los alrededores si la zona es propicia para hacer botellón. Y qué decirles de su comunicación. Utilizan una escritura caracterizada por la mezcla aleatoria de las mayúsculas y las minúsculas con las haches, así como la eliminación de las vocales hasta el punto de que usted podría pensar que escriben en finlandés, y para hablar usan una degeneración de lo que podría ser el acento andaluz o extremeño. En resumen, estamos ante una especie pintoresca y desagradable, que no parece que vaya a extinguirse, sino todo lo contrario. Estén alerta.
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