Mientras que por estos lares el Miércoles Santo desfilábamos en procesión o al menos lo intentábamos, en Atenas, Dimitris Christoulas, un farmacéutico jubilado, se suicidaba delante del edificio del Parlamento. En la nota que dejó, Dimitris culpaba a los políticos y a los problemas económicos de su decisión de quitarse la vida, el Gobierno "ha eliminado cualquier esperanza de que yo sobreviva y no puedo obtener justicia, no encuentro otra forma de lucha más que un final digno para no tener que empezar a rebuscar en la basura para conseguir comida", denunciaba en su mensaje, en el que también hacía un llamamiento a los jóvenes a levantarse, tomar las armas y ahorcar a los "traidores de la nación". Y si, ustedes me dirán que hay que buscar soluciones civilizadas a toda esta trama llamada crisis, pero ha llegado el momento en el que votar cada cuatro años o acampar en una plaza no es suficiente. La historia nos enseña que las revoluciones nunca son pacíficas, y que hay que luchar por lo que queremos y lo que tenemos o nos lo arrebatarán. La vida en el inframundo ya se nos hace visible entre los que rebuscan por los contenedores o dormitan en los cajeros. Ya no son adictos o marginales, son seres como usted y como yo a los que el hambre ha suplido a la dignidad y que, para recuperarla, solo les queda pegarse un tiro o pegárselo a otro. No se les olvide, la decisión sigue siendo nuestra.
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