No sé si
ustedes sabrán, y si no ya se lo cuento yo, que el Ayuntamiento de Valladolid
ha aprobado dentro de su Ordenanza Antivandalismo la prohibición de la
mendicidad. Su alcalde ha admitido ya que la sanción económica será difícil
cobrarla, pero que sí se logrará dificultar
su presencia en la calle. Si bien el objetivo de la Ordenanza
es el de respetar la dignidad
de las personas, aunque el Código Penal ya sancione la explotación de estas, el
problema práctico que veo yo es el de diferenciar a los que son mendigos de los
que no, porque si lo piensan bien, todos mendigamos algo. Unos suplican unas
monedas para paliar su hambre, otros clientela para sus negocios, algunos justicia.
Los hay que invocan perdón, que ruegan no ser abandonados, que buscan amor
correspondido, cariño, un sincero o falso te quiero. Pero hay otros que cada
cierto tiempo salen a la calle a manipularnos, a acosarnos, a practicar una
mendicidad obscena y a vendernos cual trileros su particular bálsamo de
fierabrás para curar todos los males que nos hostigan. Y lo manchan todo con
sus voces estridentes, con sus músicas ensordecedoras, con sus cantos de sirena.
Pintan nuestras paredes, llenan nuestras calles de papeles con sus rostros, nos
abrazan e incluso besan a nuestros hijos. Más o menos cada cuatro años esos
mendigos suplican nuestra atención para, una vez conseguido su objetivo, volver
a atrincherarse en sus puestos y dirigir
a su antojo nuestras vidas sin importarles nuestra dignidad. Así que si lo
piensan bien, ojalá la Ordenanza Antivandalismo se aplique y se vuelva contra
todos ellos, los mantenga alejados de las calles y de nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario