Aquellos
que saben de mí, están al tanto de mi quasi adicción a Facebook y a Twitter, de
mi devoción por Apple y por ese muerto viviente que es Steve Jobs, de mi
necesidad de estar conectado de manera constante a internet, tanto que lo que
antes era mi mano derecha ahora es un iPhone. Mis contactos de redes sociales
sobrepasan el centenar, y suelo alimentarlos con música pero sobre todo con mis
malas ocurrencias que vuelco sobre ellos sin miramiento alguno. Apenas los
conozco, pero les felicito en su cumpleaños, opino sobre lo que dicen, les
indico si me gustan sus publicaciones, sé de su situación sentimental por su
cambio de estado, dónde estuvieron y con quién por sus etiquetas, me sé su vida
sin haber cruzado una palabra con ellos. Como era lógico, hace unos días las
personas con las que me cruzo por la calle, mis vecinos, mis compañeros y demás
seres que antes eran físicos, se han convertido en virtuales. Buenos días,
buenas tardes, con leche por favor, sí, no jugaron mal, es lo poco que interactúo
con ellos. En consecuencia, he decidido mudarme a vivir a Facebook y adquirir
una residencia de verano en Twitter. Si quieren ustedes algo envíenme un email,
omitan la vulgaridad esa de saludarme por la calle. Ah, y nada de sobrepasar
140 caracteres, que me dan dolor de cabeza.

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