Salgo de allí y noto los
sentidos abotargados por tanto gin tonic, por tanto tequila, por tanto
vete-a-saber-qué en forma de trago corto. Tengo los oídos taponados por el
ruido, los ojos enrojecidos por culpa de tanta carne expuesta, la lengua pegada
al paladar, la ropa con olor a desorientación. Me topo frente a frente con la
noche que azulea, con ese trino punzante de los pájaros, con el ataque de los
camiones de riego, con el sol que se despereza y se muestra con ganas de
atraparme, con las miradas de las farolas, de las papeleras, de los semáforos,
de seres pulcros, afeitados, perfumados y planchados: crápula, depravado,
perdido, degenerado, golfo… y ese azul de la noche/mañana, ese constante azul
reproche que me martillea: otra vez llegas tarde, otra vez es temprano.
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