Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el viernes 27 de junio de 2025.
Arranquemos diciendo que el poder,
para las ciencias sociales, es la capacidad de un individuo o de una organización para
dirigir o influir en el comportamiento de las personas. Y pareciera que
con esta definición no habría nada más que añadir al respecto, pero dejen que
me remangue. Siempre surgen interrogantes
en torno al poder: ¿Es fuerza? ¿Es influencia? ¿Es liderazgo? ¿Es maldad? ¿Es
corrupción? Tal vez sea todo eso y más. Lo que sí es cierto es que el poder
puede transformar a las personas; algunas se sienten empoderadas, vamos, que se
vienen arriba, mientras que otras se ven abrumadas, agobiadas por él. En
estos tiempos, a los mortales nos podría dar la impresión de que el poder es
más accesible que nunca, porque con tener unos cuantos seguidores en alguna red
social y obtener de ellos algunas interacciones, los hay que ya se creen por
encima del bien y del mal. Pero no. Con el acceso a la información que tenemos,
se podría aseverar que el poder lo daría la educación en tanto en cuanto implica la
capacidad de comprender el mundo que nos rodea, y tomar decisiones (beneficiosas
para nuestro entorno) al respecto. Desde una perspectiva espiritual, también
cabria decir que el poder no sólo se trata de ordenar, de dominar, sino de
asumir la responsabilidad de servir a los demás: “El que quiera ser el primero,
que sea el último y el servidor de todos” (Marcos 9:35). Por no darles
mucho más la turra con los ejemplos, concluiremos que, aunque lo pareciera, el
poder no da la felicidad. Siendo la felicidad el anhelo principal del ser
humano (esto lo digo yo porque me da la gana) el obcecarse por obtener el poder
no debe aportar felicidad alguna, que vayan ustedes a saber todo lo que vamos
dejando por el camino para alcanzar esa meta. Ya termino con esto, de verdad.
También hay una responsabilidad personal en nosotros acerca de a quien o a
quienes les damos poder. Cada vez que votamos en unas elecciones, cada vez que
compartimos un contenido o una opinión en una red social o en la plaza de nuestro pueblo, estamos dándole una
cuota de poder a alguien que vete tú a saber cómo lo administra, así que
piensen bien lo que hacen no vaya a ser que la cosa se tuerza (más) y ya no
haya manera de desfacer el entuerto.
Y por hoy, ya
estaría.
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