Publicado en La Galerna el 3 de diciembre de 2020.
Doy por hecho que la expresión “agarrarse a un clavo ardiendo” es conocida por todos ustedes, pero voy a hacer una explicación breve de la misma que sirva como introducción al artículo de hoy. Así, la locución “agarrarse a un clavo ardiendo” significa algo como valerse de cualquier recurso o medio, por difícil o arriesgado que sea, para salvarse de un peligro, evitar un mal que amenaza, o conseguir alguna otra cosa. La expresión viene de los tiempos del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que cuando decidía que una persona era culpable de herejía, blasfemia, brujería… a esta sólo podía salvarle de la muerte la intervención divina, la cual debía manifestarse en forma de milagro. Una de estas pruebas de justicia divina, a la Inquisición y a lo divino nunca le ha faltado imaginación, consistía en agarrar un clavo ardiendo. El clavo, pónganse en la situación de los tiempos, no era uno de Ikea, moderno, con un nombre sueco impronunciable, sino que era un clavo de hierro, tosco, más grande que la mano. Si al agarrarlo el reo no se quemaba, aquí entraría en escena la parte milagrosa, sería libre por inocente. Parece que la Inquisición siempre resultó ganadora en estas pruebas, o al menos no se tiene constancia de que nadie se agarrase del clavo quedándose tan pichi y salvando así su vida. Pues esto que tan fácil me ha resultado explicarles, es lo que tiene que hacer el Real Madrid el próximo miércoles, día 9 de diciembre, para pasar la fase de grupos de la presente edición de la Copa de Europa. Bien es cierto que ustedes me podrán decir que, cábalas aparte, el Madrid lo que tiene que hacer es ganar y listo, pero con este equipo y viendo su trayectoria, ese “ganar y listo” viene a ser lo mismo que tener la obligación de agarrarse al clavo ardiendo del que les estoy hablando y esperar a la intervención divina. En otros tiempos ya se habría producido una llamada a rebato por parte de las fuerzas vivas del madridismo para acompañar al autobús desde el hotel de concentración hasta el Bernabéu, con bengalas, gritos de aliento, agitación de bufandas, hacer del campo un infierno para el visitante y que los alemanes odiasen el fútbol durante todo el transcurso del partido. Y ganarles, con rabia, con los ojos inyectados en sangre y el escudo del pecho en llamas. Y con fútbol. Pero este año nada de eso va a ser posible. El equipo deberá hacer acto de contrición y cada jugador, en la soledad de sus habitaciones, tomar conciencia de sus actos. El equipo saldrá al campo como quien va a un sepelio, en silencio. Un campo que ni siquiera será el Bernabéu, sino el Di Stéfano de Valdebebas, al que no podemos calificar de fortín precisamente. Pero justo por el nombre que lleva, sólo por eso, los jugadores deberían salir a darlo todo, a jugar al fútbol como sin duda saben aunque parezca que se les ha olvidado, y porque no estarán solos. Cada uno de nosotros estará en casa inquieto, gritando a la televisión, alentando cada jugada de ataque, conteniendo la respiración en defensa, rugiendo en los saques de esquina. No estarán solos y alguien se lo tiene que decir, como en otros tiempos y contra otro Borussia, cuando la exaltación nos llevó a arrancar una portería del campo y nuestro añorado Herrerín se las vio y deseó para sustituirla. Fue un 1 de abril de 1.998, con otro equipo descosido también, que ganó esa noche a otro Borussia y que un mes y poco más tarde levantaba La Séptima. No es hoy día de reprochar, sino de alentar. Los que estamos de este lado de la pantalla somos los rohirrim que acuden a la ayuda en la Batalla del Abismo de Helm cuando toda esperanza estaba perdida, somos el Halcón Milenario que apoya a Luke Skywalker a destruir la Estrella de la Muerte en la Batalla de Yavin, somos los refuerzos aliados en Normandía. Miren con arrogancia ese clavo ardiendo y agárrense a él, no lo harán ustedes solos porque miles de manos alrededor del mundo lo estarán haciendo a la vez. Y esperen el milagro, que la historia del Real Madrid está plagado de ellos.
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