Publicado en La Galerna el 17 de junio de 2020.
A finales del siglo XIX todavía no había Real Madrid,
pero había vida. Una protovida si la quieren concebir así, dada la inexistencia
de nuestro club, pero una vida al fin y al cabo. Y en aquella vida se trataban
cuestiones que, sin saberlo entonces, afectarían de manera directa al equipo.
Así, tal y como les comenzaba este artículo, a finales del siglo XIX se produjo
una de las batallas científicas más famosas de la historia, una lucha de egos
entre Thomas Alva Edison por un lado y Nicola Tesla y George Westinghouse por el otro: “La guerra
de las corrientes” se bautizó. La
rivalidad entre los bandos surgió debido a los sistemas de transmisión de
energía eléctrica. Ambos defendían estrategias opuestas y, obviamente, ambos
estaban seguros de tener la respuesta correcta. Edison era el defensor
de la corriente continua mientras que Tesla abogaba por la corriente alterna.
Sin entrar en explicaciones científicas, el método de Tesla hacía más fácil
ampliar las distancias de transmisión de la corriente eléctrica y simplificaba
el traslado, por lo que fue el sistema que acabó triunfando. Si han llegado
hasta aquí y piensan que se han equivocado de medio, no, esto sigue siendo La
Galerna y aquí escribimos sobre el Real Madrid y sus circunstancias. Si vieron
ustedes el partido contra el Éibar bien sabrán que pudieron ahorrarse la
segunda parte. El equipo, y no es la primera vez que sucede este año ni a lo
largo de los últimos tiempos, se desconectó tras el descanso. Se desenchufó.
Llámenlo como quieran, pero es como si en vez de funcionar con un flujo constante
de energía, el Madrid sufriera bajones de tensión que le impidieran desarrollar
un partido completo a pleno rendimiento. Y no estoy hablando de la “gestión de
esfuerzos”, no. Porque si estuviéramos hablando de eso, en la segunda parte del
pasado domingo hubiéramos empezado a controlar el balón en un rondo continuo de
45 minutos, nos hubiéramos aburrido igual pero al menos la imagen de
superioridad inefectiva se hubiera mantenido. Pero no, el Éibar en la segunda
parte achuchó todo lo que da de sí y el Madrid se dejó achuchar. Y me dirán que
el partido ya estaba resuelto y que el rival era el Éibar y que esas
desconexiones el Madrid, si llega a ser el Bayern o un similar, no las tiene.
Pero no se trata de eso, se trata de que, después de estar sin jugar casi
cuatro meses, a los jugadores no se les vio con “ganas”, como si no tuvieran
ilusión por volver a disfrutar de su privilegiada profesión. Y tampoco me vale el hecho de que no hubiera
público que apretara o que el escenario no fuera el Bernabéu. El Madrid este
año, y otros, tiende a la desconexión ya sea en casa, fuera, en campos
legendarios como en los más humildes. Y a mayores, Valdebebas no es un lugar
desconocido, más bien al contrario dado que los jugadores se pasan allí la vida
entrenando, concentrados y demás menesteres profesionales. El Madrid funciona con
corriente alterna, entendiendo esta como la que invierte periódicamente el
sentido de su movimiento. Pero en vez de resultarnos un método efectivo de
alimentación energética, provoca que, lo que durante 45 minutos funciona, a los
siguientes 45 cambie de sentido. La nueva normalidad en el Real Madrid continúa siendo
la vieja paranormalidad, ese fenómeno extraño de desconexión del equipo, que
sigue ahí y al cual no parece que se le encuentre solución. Como último dato
anecdótico, esa corriente alterna de la que vive el Madrid es la misma que hace
funcionar la silla eléctrica en las ejecuciones. Todavía estamos a tiempo de
librarnos de esta última.
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