Publicado en La Galerna el 12 de febrero de 2020.
Buen día
tengan ustedes. Puedo suponer los recuerdos o referencias que les vienen al
leer el título de este artículo, pero de todos modos, déjenme llenar unas
líneas con ellas y mostrarles el camino que quiero seguir para que me acompañen.
Walt Whitman escribió el poema “¡Oh capitán, mi capitán!” como homenaje al
asesinado Abraham Lincoln, y el referido poema se hizo famoso gracias a la
película “El club de los poetas muertos”. Es un poema sencillo, que nos habla
sobre el respeto y el afecto, y nos insta
a reflexionar sobre la trascendencia de nuestra vida y nuestras reacciones. El
viaje termina, las cosas mejoran, el capitán se ha cuidado de volver a puerto
para que todo sea mejor y la gente lo celebra con clarines. Vale que en el
poema el capitán muere y esa felicidad se torna amarga, pero vamos a obviar, de
momento, este último aspecto. Walt Withman nos insta a que no terminemos el día
sin haber crecido un poco, sin haber aumentado nuestros sueños. A que no nos
dejemos vencer por el desaliento, a que nadie nos quite el derecho a
expresarnos. Y aquí termino la referencia literaria y les escribo sobre las
ruedas de prensa de Zidane. Recuerdo cuando se hizo con los mandos del primer
equipo que se especulaba sobre cómo, una persona de apariencia tímida, iba a
saber dar la cara en esa vertiente pública que el cargo de entrenador del Real
Madrid lleva implícita. Zidane, parco en palabras en su época de jugador, no le
recuerdo ninguna entrevista, no reunía lo que se suponía que debía tener el
guía de un vestuario siempre conflictivo según la corriente mediática
principal, a saber: no tenía capacidad profesional (Isaac Fouto, 16:21 horas
del 4 de enero de 2016 en Twitter: Benítez destituido. Le sustituye un entrenador que ayer no le ganó
a La Roda) y además carecía de oratoria. Poco o nada sabía toda esa gente
de lo que es el liderazgo. Es más, que para ejercerlo basta con la mera
presencia del líder sin que este tenga que decir palabra. Para todos los que
dudan de esta afirmación, vean la escena de “Senderos de gloria” en la que el
Coronel Dax (Kirk Douglas) aparece entre las sombras caminando en silencio por
una trinchera y el reconocimiento que le prestan sus hombres. No necesita
demostrar que está en sintonía con ellos, es algo que se intuye sólo con verlo.
Algo así debió ser la aparición de Zidane en el vestuario del Madrid la primera
vez, o de ese modo la tengo visualizada yo. Desde esa primera presencia ha
guiado la nave hasta su inmolación el 31 de mayo de 2018, habiéndonos dejado en
puerto seguro tras la travesía y con las bodegas del barco bien repletas. Pero
retornó, retornó de aquella “muerte” para volver a liderarnos porque Zidane es
parte del alma del Real Madrid. Es su sonrisa ladeada como Humphrey Bogart
encendiendo un pitillo, es la sencillez expresándose en las ruedas de prensa,
con un vocabulario comprensible a todos, claro, y sin necesidad de levantar la
voz para hacerse entender. Es la defensa inquebrantable del Real Madrid y su
facilidad para lo más complejo: tomar decisiones. Zidane no es un general que
impone su mando con mano de hierro. Tampoco puede ser amigo de sus soldados,
así que en sus decisiones ha ido reafirmando ese liderazgo que la plantilla le
entregó sin más, sin que esa idea se haya quebrado por mucho que haya sentado a
uno o a otro, o ni siquiera le haya convocado. Zidane no ha creado un discurso
grabado en piedra, moldea este como la arcilla y lo va adaptando a las
circunstancias del equipo y a sus tiempos. Así, en la rueda de prensa previa al
partido contra el Osasuna, a preguntas sobre qué pasa con Bale, con Marcelo,
con Isco, Zidane espetó en su tono sosegado de siempre: “Yo no digo que muero con mis ideas, yo vivo con mis
ideas, con mis decisiones, con las responsabilidad de las decisiones que se
toman”. Zidane se adapta, ha hecho suya la idea de Bruce Lee “be water my
friend”, sé el agua, ajústate a tus circunstancias, anticípate, usa del mejor
modo tanto tus fuerzas como las del contrario. Bale entrará y saldrá cuando lo estime
oportuno, igual que con Marcelo, igual que con cualquiera. Y lo hará del modo
que mejor sabe hacerlo, sin levantar la voz y haciendo buen uso del liderazgo
que la plantilla le reconoce. ¡Oh capitán,
mi capitán!
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obligatorio.
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