Las calles.


Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 25 de octubre de 2019.

“Arde la calle” cantaba Radio Futura allá por el año 1983, si bien los chicos de los hermanos Auserón achacaban ese ardor a las altas temperaturas del verano. Hoy arden las calles en Barcelona, en Santiago de Chile, en Quito, en Hong Kong… arden literalmente cada una reivindicando más esto, más lo otro, o menos tal y menos cual. Cada una con sus cosas, las calles se nos presentan como seres humanos a los que una determinada dolencia hace que ciertas partes del cuerpo se resientan sin aparente conexión. Por ejemplo, cuando uno se acatarra es lógico que tenga mucosidad, dolor de cabeza por la congestión, de garganta… pero, ¿qué demonio pinta aquí que tengas dolor muscular? ¿Por qué la revuelta de los virus y bacterias, en su enfrentamiento con los glóbulos blancos, tiene que afectar a otras partes del cuerpo? ¿Por qué el hecho de que unos tipos arrojen bolsas de basura a la sede de un partido político tiene que impedir el acceso a su vivienda a un ciudadano ajeno a esa protesta? “Es que todo está conectado” me dirá algún filósofo titulado en la barra de cualquier bar y doctorado como tertuliano para todo. Mientras las calles arden, dos columnas de pensionistas avanzan desde norte y sur, respectivamente, con destino Madrid para pedir una pensión mínima digna y la actualización de estas al I.P.C. Son gente mayor, caminan despacio, y por los estándares de las reivindicaciones de otros lares, la suya debe ser de poca relevancia porque no arrojan nada a nadie, no incendian nada, no destrozan mobiliario urbano a su paso, no son detenidos por las fuerzas de seguridad del estado… Sólo se limitan a recorrer unos 24 kilómetros diarios pernoctando en polideportivos o colegios de los municipios por donde discurren. Resulta que no se conocían entre ellos al inicio de la marcha y ahora son una piña, y encima encuentran a su paso solidaridad y empatía. Su principal eslogan no resulta ofensivo contra nadie “de norte a sur, de este a oeste, las pensiones se defienden cueste lo que cueste”. Unos jubilados que viajan a pie para reclamar lo que consideran justo, mientras que dejan vacantes el 70% de las plazas que el Imserso tenía destinadas a Cataluña, allí donde las pretensiones sí deben ser más relevantes porque implican quemar cosas. Allí donde dicen que el problema no es de convivencia, sino político. Allí, donde arden las calles.


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