Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 29 de marzo de 2019.
No recuerdo
ahora mismo quién era el que decía que España era como una campana, por fuera
con aspecto sólido y robusto y por dentro vacía y con un badajo que la hace
sonar que es Madrid. Pues en ese vacío, oscuro y frío, está usted. El vacío (del latín vacīvus) es la ausencia total de materia en un determinado espacio o lugar, o la falta de contenido en el interior de un
recipiente. Por extensión, se denomina
también vacío a la condición de una región donde la densidad de
partículas (habitantes en nuestro caso) es muy
baja, como por ejemplo el espacio interestelar. Y con esta definición debería dar por terminado el artículo, dado que
poco más queda por explicar, pero como el director de este periódico me obliga
a ocupar un determinado espacio en sus páginas para que mi hueco no quede
precisamente desierto, voy a extenderme un poco más. Como ya les he dicho,
ustedes viven en el vacío, igual que los otros castellanos, los extremeños, los
riojanos y los aragoneses. Un vacío muy extenso, interior, que contrasta con la
superpoblación de la periferia peninsular y, cómo no, con ese núcleo central
que es Madrid. Este vacío triste en el que usted y yo nos movemos no se ha
producido de ayer a hoy; la división provocada por la Guerra Civil, el atraso
consiguiente de la dictadura, la posterior falta de inversión y,
consecuentemente, la imposibilidad de modernizarnos, ha creado una superficie
de color marrón con una organización demográfica que desentona con la del resto
de Europa, con municipios separados entre sí muchos kilómetros y entre ellos el
menor atisbo de civilización. Municipios de 20 habitantes o menos que
desaparecerán en unos años cuando los que habitan mueran, lo más probable, de
aburrimiento. Vivimos en el vacío y ello provoca a su vez que nosotros nos
vaciemos, nos desconectemos del mundo y nos quedemos solos. Del vacío poblacional
al vacío emocional, personal, provocado por la ausencia de trabajo, por la
gente que se va, por el desamparo que notas a tu alrededor, una disociación que
implica la pérdida de contacto con uno mismo. El “horror vacui” o miedo al
vacío hace que poco a poco te vayas desconectando de ti y comiences a ver pasar
tu vida sin ningún interés, como si fueras un mero espectador de una obra que
carece de sentido. Y te acabas yendo del vacío. Lógico, nada te retiene dentro
de él.
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