Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 1 de junio de 2018.
Por si por lo
que fuere, ustedes vivieran aislados del mundo cual anacoretas, les informo que el
pasado sábado día 26 de mayo, el Real Madrid ganó su tercera UEFA Champions
League, la Copa de Europa de toda la vida, consecutiva. Cuarta en los últimos
cinco años e hito histórico del deporte mundial. No se preocupen que no es de
fútbol de lo que he venido a escribirles esta vez. Si bien es cierto que el
logro deportivo al que me he referido al principio tiene la calificación
inequívoca de hito histórico, miren, a fuerza de hacer normal la anormalidad,
no lo disfruté como en años anteriores. Y es que, los humanos, todos, somos
unos seres muy adaptables que al final nos acabamos acostumbrando a casi todo y
acabamos viviendo como normales situaciones que al principio nos resultaban
difíciles de llevar o, por el contrario, emocionantes y novedosas. Y es
en este segundo punto en el que me quiero centrar hoy, en esas ocasiones en las
que nos acostumbramos a lo bueno y que, según los que saben de esto,
técnicamente se llama “adaptación hedónica”. Sucede que, cuando probamos un
nuevo alimento o compramos un coche nuevo, un móvil, ropa, al principio nos
parece todo maravilloso, pero poco tiempo después esos sabores exquisitos del
alimento nos pasan desapercibidos, el coche nos lleva y nos trae y del móvil
sólo usamos el What’s App y poco más. De la ropa ni les hablo, que quedó ahí en
el armario, pero ya ni sabemos dónde. Esta descripción, llamémosla materialista
de la adaptación hedónica, sucede también con las personas. Gente que conocemos
y que nos deslumbra por su “frescura”, su forma de ser, su lo que sea, y que
incorporamos a nuestro acervo social para que sean el nuevo foco de
referencia desplazando a los que ya estaban allí antes sin que valoremos si
esos a los que ahora apartamos para hacer sitio a los nuevos, en realidad son
los que deberían estar siempre en primer plano. Decía mi abuela, luego se lo
copió Shakira, que escoba nueva siempre barre bien, y la satisfacción no
siempre está en lo siguiente, sino en valorar lo que ya tenemos. Así que
siéntense, vuelvan a saborear esas galletas, piensen en lo que les aporta esa
amistad y díganselo. No confundan
la costumbre con la fortuna de tenerlos a su lado, consérvenlos. Y sí, hala
Madrid un año más. Y que dure.
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obligatorio.
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