Publicado en El Día de Zamora el 24 de abril de 2015.
El otro día, paseando por Valorio,
noté que el terreno estaba encharcado. Al principio no dejaba de ser un poco de
barro húmedo, pero según iba avanzando, el barro húmedo pasó a ser un barrizal,
el barrizal un charco y el charco una inundación. Sorprendido, continué por
donde buenamente pude para intentar averiguar el origen de semejante marisma,
siendo mi primera opción que aquello era alguna maniobra electoral, qué le hace
falta a Zamora, ¡unas marismas, como las del Guadalquivir!, que total, para
descerebrados nuestros munícipes y aspirantes a ello. Pero no, por una vez la
cosa no era culpa de ellos. Durante mi investigación, me pregunté en voz alta
"¿pero qué es todo este agua y de dónde ha salido?" Y el agua me
respondió, "soy yo". Vale que ya saben que soy despistado y de gran
imaginación, pero hasta la fecha el agua nunca me había hablado.
"¿Yo?", respondí. Y el agua contestó, "Sí, el mar
Mediterráneo". Y cual Santo Tomás, introduje mi mano en el agua, la
acerqué a mi boca y, en efecto, salada como la salmuera. Mi pregunta,
inevitable, fue la de qué demonio hacía todo el mar Mediterráneo metido en
Valorio, que si no se daba cuenta de la que estaba liando, que aquí éramos más
de Gerardo Diego y su Romance del Duero que de Serrat y su Mediterráneo. Eso y
que, por mucho empeño que pusiera, no iba a poder pasar desapercibido. Me
respondió que porque estaba avergonzado de que, por culpa de las miserias
humanas, se le estuviera culpando a él de las miles, sí, miles, de muertes que
se estaban produciendo en sus aguas. Gente que huye de la miseria, de la
guerra, de la persecución por razones políticas, de religión, de pensamiento,
de existencia. Negros, moros y gentuza de esa que por lo general miramos con
recelo mientras nos echamos mano al bolsillo cuando nos los cruzamos, están
muriendo a mansalva al cruzar sus aguas y llegar a la anhelada Europa. Pues el
Mediterráneo ha pensado que, retirándose, podría facilitar tal éxodo
permitiendo que se haga andando y no en balsas de mierda. Traté de consolarlo,
pero el Mediterráneo era un mar de lágrimas, de ahí su sabor salado. Lágrimas
de personas como usted y como yo, que, como usted y como yo, solo buscaban la
felicidad.
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