Otoño

Publicado en El día de Zamora el 18 de octubre.

No sé si lo recuerdan, pero hace poco tiempo todavía había luz. Luz de esa como debe ser, de la que te deslumbra y hace que te protejas con la mano a modo de visera, de esa que te toca la piel y hace que todo tu cuerpo se cargue como una batería que estaba a punto de vaciarse, como si fuéramos placas solares ofrecidas al sol, entregadas a él, y fuéramos capaces de catalizar toda su energía, o de transmitirla. Pero ahora, así, casi sin darnos cuenta, a media tarde ya es de noche. Y ese no es el problema más grave, sino que cuando nos levantamos, en ese momento en el que ponemos el pie en el suelo, que traspasamos lo onírico para volver a lo mundano, nos falla el sustento de la luz del sol entrando por las rendijas de nuestras persianas. No tenemos a nadie que nos reciba, que nos dé una mano para enfrentarnos a la jornada. Días oscuros estos, días nublados, días húmedos que nos hacen rescatar paraguas, paraguas que, al abrirlos, tras meses cerrados, chirrían al desplegarse, como chirrían nuestros cuerpos al desperezarse en estas mañanas ya de otoño. Ya no tenemos sol. Pero nos queda el consuelo de las castañas asadas, de pasarlas de una mano a la otra porque su calor es insoportable, de mancharnos las manos de tinta de papel del periódico que las envuelve en su cartucho. Humilde envoltorio para tan suculento manjar. Las castañas asadas me hacen recordar mi niñez, y ese olor que inundaba la casa de mi abuela, inconfundible cuando me abría la puerta, hacía que perdiera la educación y sin saludos ni preámbulos, me lanzara a la cocina a ver aquellas piedras marrones oscuras chirriar y sudar sobre la plancha hasta mutar en exquisitez. Y esa habilidad mía de colocar alguna que otra castaña en el hueco que quedaba entre una y otra, y como mi abuela hacía como que no se daba cuenta. Y tras la ingesta, la taxativa prohibición de beber agua y la consiguiente palomita que decía ella, que no era más que la mezcla de anís con agua. Ya ven, si ahora le dan a un niño anís mezclado con agua para paliar su sed y sus gases tras comer castañas, los asuntos sociales intervendrán sin duda. Nos quedamos sin luz pero nuestra esperanza son las castañas asadas. Es otoño, ahora sí, ya.

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