Agujeros

Publicado en El día de Zamora el 11 de octubre.

El otro día, en uno de esos paseos míos por Valorio, conocidos ya por todos ustedes, me encontré un agujero. No les hablo de un agujero hobbit, ni de un socavón, o de algo parecido, no. Les hablo de un agujero, uno negro, porque tras atreverme a mirar no podía ser más oscuro, y además de una profundidad insondable porque en otro alarde de valor, arrojé dentro de él una piedra y no llegué a escuchar o apreciar que esta llegara a su fondo. Estaba frente a un pedazo de agujero. ¿Y cuál era su origen? Ni idea. Descarté enseguida que se debiera al conocido Proyecto Castor ese que hay frente a las costas de Castellón y que ha ocasionado numerosos seísmos, en mi tierra hace siglos que no hay un proyecto industrial de nada. Tampoco parecía que fuera obra de unos muchachos traviesos que se hubieran puesto a excavar locamente con el fin de batir algún record mundial, ya que en mi tierra la muchachada, de batir algún record, lo harían de botellón. La cosa era que el agujero me tenía intrigadísimo. Al rato de tener la mirada fija en él, la alcé y me di cuenta de que los seres que paseaban a mi alrededor no le hacían ni puñetero caso al hoyo de marras, pero percibí que a su vez, en cada uno de ellos, había también agujeros que los traspasaban de parte a parte y a través de los cuales se podía mirar, agujeros por los que no había pérdida de sangre u otros humores, pero agujeros al fin y al cabo. Acababa de instalarme en una sociedad donde la tierra que pisaba y las personas que la habitaban se habían convertido en una suerte de quesos gruyere. La diferencia era que, mientras el agujero de la Tierra era físico, el de sus habitantes era emocional. O puede ser que el de la Tierra también lo fuera, vayan a saber. Ese vacío emocional ya no se debía a no tener a su alcance una vida mejor, sino solo una vida. Una simple. Una en la que alimentarse no fuera un lujo. En la que el trabajo fuera remunerado y no una suerte de mendicidad. En la que la sanidad y la cultura no fueran un lujo. Agujeros emocionales pendientes de ser rellenados por la autoestima perdida.

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