Hace unos días, en uno de esos paseos nocturnos que por culpa del insomnio estival me doy por el bosque/parque que hay detrás de mi casa, me encontré con un montón de hombretones fornidos con pantalones claros y camisetas de listas azules horizontales. No entendía nada de lo que decían, pero parecía que hablaban algo similar al ruso, o al klingon, pero por su aspecto físico me decanté más por el ruso, sí. Llevaban a la altura de los hombros un escudo, de características militares, y todos con la misma inscripción: Потёмкин. Aproveché la tecnología que nos subyuga y de aquellos caracteres cirílicos obtuve la siguiente transcripción: Potemkin. Queridos lectores, había encontrado en el bosque de Valorio a la tripulación del acorazado Potemkim. Les cuento. Allá por 1905, Rusia era uno de los países más atrasados de Europa, donde la mayor parte de la población vivía en la más absoluta de las miserias. El zar Nicolás II, que ya saben cómo terminó, mandaba el país con mano de hierro y cualquier tipo de protesta social era reprimida a sangre y fuego. A mayores, en 1904 Rusia comenzó una guerra con Japón y miles de soldados marcharon a morir en una sangrienta contienda perdida de antemano. Ante esta situación, la población respondía con huelgas, sublevaciones, acciones terroristas y demás, que en 1905 se consolidaron en una revolución generalizada. Pues bien, los muchachos del Potemkin estaban de maniobras en el mar Negro, hartos del trato que recibían de los oficiales, hasta que un día se encontraron con que la carne del rancho que recibían estaba podrida, con sus gusanitos y todo. Pues bien, en un acto de “justicia”, mataron a los oficiales, los tiraron al mar y se dirigieron al primer puerto que pillaron para apoyar a los revolucionarios. La cosa no acabó muy bien y los chicos del Potemkin terminaron o ahorcados en Rusia o desperdigados por Europa hasta, ya ven, acampar en Valorio. Y mientras aquí, día a día recibimos noticias de esas que nos hierven la sangre o nos dan puyazos en nuestras ya maltrechas carnes mientras que los presuntos provocadores de esas noticias, no se olviden de lo de presuntos eh, hay que decirlo mucho, siguen ahí mirándonos desde sus atalayas. Cantaba un conocido grupo español de los 90 que todo arde si le aplicas la chispa adecuada. En el Potenkim la chispa fue la carne podrida del rancho. Aquí tiene pinta de que la chispa va a ser un papel de más que filtre un señor desde su encierro en prisión, o un negocio turbio de un yerno que, presuntamente, era modélico. Por aquí ya tenemos preparada la yesca y sólo nos falta el pedernal. Ahí se lo dejo.
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