Insomnes.

Publicado en El día de Zamora el 7 de diciembre.


Hasta el día de hoy las personas, en su relación con el sueño, se dividían en tres grupos. Los primeros, aquellos que, creyentes de la voluntad divina, madrugaban con la certeza de que dios les ayudaría. Los segundos, desconfiantes de los ciclos solares, estiraban su letargo con la certeza de que no por el hecho de levantarse antes el amanecer se anticiparía. Y los terceros son los insomnes, personas que, o bien tienen dificultades para conciliar el sueño o bien, sin más, no pueden dormir. Vamos a centrarnos en estos últimos. El insomne clásico, el que no puede dormir y da vueltas y vueltas en la cama hasta que ya no sabe si es la cama la que gira sobre él o viceversa, llegaba a un punto en el cual usaba el tiempo que le robaba al sueño para algún tipo de labor creativa, la cual a su vez le recondujera al descanso. Así, salía al campo y le contaba las ovejas del rebaño al pastor agradecido, hacía una réplica de las pirámides de Egipto con granos de arroz que luego regalaba a su suegra por navidades, aprendía idiomas para dar clases particulares y sacarse un sobresueldo, entrenaba para una maratón, vamos, lo normal. Pero ahora, el insomne se queda quieto en su lecho, con los ojos bien cerrados para que parezca que duerme, por miedo a salir de la cama y que le apliquen una tasa por su desvelada actividad, ante el pavor que supone estar despierto dentro de un entorno que nos desborda, y todo esto encima atrapado en la oscuridad de la noche, donde todos los gatos son pardos, o son liebres, u hombres de negro enviados por la troika formada por la U.E., el F.M.I. y el B.C.E. que van a reprocharle a usted que se beba un vaso de agua de madrugada, porque está usted bebiendo agua por encima de sus posibilidades. El insomne moderno se hace el durmiente para pasar desapercibido. Del mismo modo vamos comportándonos los demás, haciéndonos los dormidos para no despertar la sospecha de que puedan aplicarnos un recorte más por aquí, una minoración más por allá, sumidos en una latencia vital mientras pasan los días, tan iguales ellos que ya no los distinguiríamos si no fuera porque se nos va arrancando un derecho tras otro.

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