La autenticidad.

            Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el viernes 26 de septiembre de 2025.

Permítanme, a modo introductorio, agradecer a este fresco del otoño recién estrenado que me dé la vida de la misma manera que me la quita la canícula agostil, así que en por ese lado las cosas van yendo a mejor. Quizá sólo por ese lado.

      Y esta vez, voy a intentar escribirles sobre la autenticidad. De manera clásica hemos concebido a la autenticidad como un valor que hace referencia a la persona que dice la verdad, acepta la responsabilidad de sus sentimientos y conductas, y es sincera y coherente consigo misma y con los demás. “Sólo sé tú mismo”, se nos ha dicho o hemos recomendado en múltiples ocasiones, como si el ser uno mismo fuera un valor per sé. Y a cuenta de repetir machaconamente ese mantra de “sólo sé tú mismo” lo hemos llevado a una obsesión que se ha extendido a todos los ámbitos, de tal manera que el hecho de ser auténtico ha dejado de ser una aspiración moral o ética para ser una estrategia comercial. El ideal de la autenticidad ha tomado posesión del espíritu de la mayoría al infiltrarse en la religión, la cultura, la política, la economía… y ello ha provocado que queramos buscar, incluso encontrar, un sentido a todo. Al convertirse en un producto de consumo masivo y rápido, cual hamburguesa de franquicia alimentaria, la autenticidad deja de ser tal porque no requiere el más mínimo esfuerzo o dedicación. No puede mezclarse la autenticidad con la libertad, en el sentido de que para llegar a ser auténtico, hay que establecer límites. Si dejamos a los niños ser auténticos sin más para que sean ellos mismos, estaremos criando pequeños tiranos que querrán hacer lo que les apetezca a cada momento con la excusa de que así están alcanzando la autenticidad. Igual sucede con nuestros políticos, que, a fuerza de querer mostrarse auténticos, en el sentido más populista del término, pretenden hacernos creer que sólo con eso resolverán nuestros problemas. Con autenticidad no se resuelven los asuntos económicos, sanitarios o educativos de un lugar, se requiere inteligencia y capacidad, se requiere responsabilidad, pero todo ello ha sido colonizado por el absurdo ideal de la autenticidad. Autenticidad en el paraíso de las noticias falsas, de los bulos, del uso torticero de la inteligencia artificial. Recuerden, ser uno mismo no lo justifica todo. Y por hoy, ya estaría.

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