Publicado en La Galerna el 10 de junio de 2020.
Leía el pasado fin de semana sobre el avance
de las obras del Bernabéu y centré mi primera atención en las fotografías, en el
aspecto de “escenario destruido” que presenta. Lo más llamativo es la presencia
de maquinaria de construcción allí donde debería haber césped. En vez de la
clásica alfombra verde, ahora todo es tierra y arena, como si las huestes de Saruman
hubieran pasado por allí arrasando con cualquier vestigio de naturaleza, sustituyéndolo
por máquinas, humo y hierro. Las imágenes son desoladoras, sí, y junto a tanta
destrucción el titular de la noticia me inquietó: “Las obras
del Bernabéu ya trabajan en la ‘cueva’ para el césped retráctil”. Una cueva
debajo del Bernabéu… Enseguida me vino a la cabeza el mito de la caverna de
Platón e imaginé no ya a seres encadenados en ella, sino a los espectros de
nuestros rivales. A todos ellos, a todos los que a lo largo de nuestra historia
se han visto derrotados, y sobre todo a aquellos que acostumbraron a darnos por
vencidos antes de tiempo, a los que quisieron dar por hecho que ya no teníamos
nada que hacer, a los que invocaron por error que “el Madrid está de vuelta”
como si nos hubiéramos ido alguna vez. En esa cueva y detrás de ellos, a una cierta distancia, colocada algo por encima de sus
cabezas, hay una hoguera que ilumina un poco la zona y entre ella y los
espectros, las máquinas han construido un muro. Entre el muro y la
hoguera, unos hombres portan unos objetos de modo que los espectros sólo
pueden ver la sombra que de estos se proyecta. Confusos y sin atinar lo que
perciben, no alcanzan a entender la realidad de los hechos, que no es otra que
un desfile continuo de jugadores del Real Madrid levantando un título tras otro.
Y si alguno de los espectros, en un momento de osadía, quisiera ver esa
realidad con sus propios ojos en vez de ver meras sombras sobre un muro,
tendría que caminar no ya sólo hacia la hoguera sino hacia la propia luz del
sol, pero sin duda la realidad y la luz le molestaría aún más y desearía volver
a su mundo oscuro. Para poder captar la verdad en todos sus detalles tendría
que acostumbrarse a que el Real Madrid siempre está ahí, debería dedicar tiempo
y esfuerzo a ver las cosas tal y como son sin ceder a la confusión y la
molestia. Sin embargo, si en algún momento no pudiese soportar la evidencia de
la superioridad madridista y decidiese regresar a la cueva para reunirse de nuevo
con sus compañeros, todo lo que pudiese decirles sobre el mundo real sería
recibido con burlas y menosprecio, porque, amigos, la caverna no somos
nosotros, son los otros, todos ellos. Y así, dejando por un rato el viaje de mi imaginación durante la tarde
de tormenta que pudimos disfrutar el domingo pasado, continué con el relato de
la noticia sobre la cueva del Bernabéu. He de confesarles que la realidad,
aunque me sorprendió, me resultó más frustrante que lo que mi cabeza había construido.
En la cueva lo que va a guardarse será el césped del Bernabéu, un césped retráctil
que se retirará para dejar paso a otro tipo de superficie y poder tenerlo a
salvo mientras se acogen en el estadio eventos de todo tipo. El campo se
dividirá en siete u ocho planchas, que se moverán por raíles y se alojarán
en el propio Bernabéu, bajo tierra, debajo del lateral oeste en una especie de cueva
invernadero. Y allí, bajo unas óptimas condiciones de humedad y temperatura, el
césped se conservará.
También me vino a
la mente que en esa cueva se podría crear una mega plantación de marihuana
(marihuana medicinal eh) y poder ayudar así a sobrellevar a nuestros rivales
los continuos males que padecen causados por su antimadridismo. Como ven, esa
cueva sería, bien desde un aspecto filosófico, bien desde el consumo terapéutico
de estupefacientes, un refugio para todos aquellos que quieran tergiversar
nuestra hegemonía. Estamos excavando, justo bajo el centro del universo, una
cueva. Los más viejos pedimos que se la bautice con el nombre de “Fraggle Rock”.
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@cuadrablanco. No es obligatorio.
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