Publicado en La Galerna el 14 de enero de 2020.
10 de julio
de 2018. 9 años, 16 títulos, 438 partidos y 450 goles después, Cristiano
Ronaldo dos Santos Aveiro partió de Madrid a Turín. Así ya sólo en datos, la
salida del portugués del Real Madrid dejó un agujero que era imposible de
llenar. La búsqueda del sustituto de Cristiano no era una labor difícil para la
secretaría técnica del club, sino que fue, y es, una tarea imposible dada la
dimensión de su figura, el Di Stéfano de nuestra época, lo que nuestros abuelos
nos contaron nosotros lo vivimos en color. Y esa salida nos dejó huérfanos
aunque de entrada nos negáramos a admitirlo porque por encima del Real Madrid
no hay nada, y tomando otra vez las palabras de D. Alfredo Di Stefano: “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Y aquí empezó nuestro peregrinar por el modelo de Elisabeth
Kübler-Ross, psicóloga
experta en cuidados paliativos y en situaciones cercanas a la muerte que
desarrolló el patrón de las fases del duelo que llevan su nombre. La estima en
la que tenemos al Madrid creó una ilusión de luz en la oscuridad, nos aislamos
en nuestra grandeza y al ver la mofa de algunos medios de comunicación y la
falta de respeto con la que nuestros rivales saltaban al campo con alivio por
la ausencia del 7, nos revolvimos con ira ante todos ellos. Pero la ira, ya nos
lo advirtió Yoda, nos llevó de cabeza al lado oscuro. Perdidos en la liga a las
primeras de cambio, expulsados de la champions tras gobernar Europa con mano de
hierro, caímos de manera irremediable en la depresión, en unas ruedas de prensa
en la que ni los entrenadores ni los jugadores sabían qué decir. Sus bocas se
movían pero de ellas no salían sonidos sostenibles, frases lógicas, sus piernas
se movían por el campo descoordinadas, como si estuvieran desconectadas de sus
cerebros, incrustados estos en unas cabezas que sólo miraban al suelo. Y
mientras, desde fuera, se afirmaba que el Madrid seguía sin jugar a nada, pero que
esa nada era hueca sin Cristiano rellenándola. Duró la depresión hasta que
aceptamos que aquellos tiempos del portugués ya no iban a volver. En este punto
respiramos hondo y volvimos la mirada hacia el mejor terapeuta que nos podía
asistir, el cual diagnosticó: “Ustedes
saben lo que Cristiano fue aquí, es historia en este club y eso
nadie lo va a cambiar, es uno de los mejores pero
ese no es el tema, no estoy pensando en sustituir a Cristiano
Ronaldo”. Era el 11 de marzo de 2019. El sanador cogió al enfermo e inició con
él la terapia. Lo cuidó, allí donde tuvo que ser comprensivo lo fue y cuando
tuvo que ponerse firme ante el abandono a su suerte del convaleciente, lo zarandeó.
19 de octubre de 2019, el tolerante médico puso firme al paciente como mejor lo
hace, sin levantar la voz, siendo pedagógico en sus explicaciones y aunándolo frente
a un objetivo común. Y si en efecto ningún jugador es tan bueno como todos
juntos, el Madrid empezó a ser una coral sin solista, un grupo virtuoso donde
el colectivo brilla sobre el individualismo. Y aunque en la colmena hay días en
los que una de las abejas luce más que las otras, la luz se acaba repartiendo. Así,
tuvo que ser a 6.670 kilómetros de Madrid donde la sinfónica interpretara su
obra más completa para obtener un modesto premio, uno al que se nos había
invitado. La Supercopa de España tiene más nombre que lustre, pero ha supuesto
la afirmación de un grupo notable de jugadores arropados por la figura de su sobresaliente
entrenador. El sanador ha vuelto a hacerlo, y a 6.670 kilómetros de Madrid ha
brotado la chispa que encenderá la llama.
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obligatorio.
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