Publicado en La Galerna el 28 de noviembre de 2019.
Podríamos
decir que la cosa empezó el nueve de julio de 1994. En el minuto 62 de los
cuartos de final del partido Brasil – Holanda, Bebeto marca el 2-0 y se dirige
hacia la banda balanceando los brazos de un lado a otro simulando que acuna a
un bebé. Al momento, sus compañeros Romario y Mazinho se le unen en el
movimiento. “Fue
un gesto espontáneo, lleno de amor, de ternura. Un gesto tan simple, tan
espontáneo, venido del corazón. Era un homenaje para mi esposa y mi hijo recién
nacido. Y sinceramente, no sabía que iba a tener toda esta repercusión” declaró
Bebeto. Luego todo ha sido un no parar, así, y cito alguno de los ejemplos más
conocidos, vimos en 1997 a Leandro festejar un gol simulando que orinaba como
un perro, en 1999 a Robbie Fowler celebrarlo aparentando que esnifaba cocaína y
más en la parte que nos toca, a Roberto Carlos, Ronaldo y Robinho haciendo la
cucaracha en Mendizarroza en 2005. Arqueros, chupetes, corazones con los dedos,
buscar la cámara para mandar besos, señalarse el número con los pulgares, tanto
gesto que uno no sabe si los futbolistas están usando la lengua de signos o si
están haciendo indicaciones para que aparque un avión. El gol, la máxima
expresión del fútbol, se ha convertido en la manifestación de lo hortera, lo
cutre y sobre todo el individualismo. El gol no lo marca sólo el que tiene la
fortuna de introducir la pelota en la portería rival, es la culminación de una
obra coral y como tal, su celebración debería ser idéntica. Lo normal siempre
ha sido que el futbolista que metía el gol se abalanzara sobre sus compañeros o
estos sobre él, pero ahora, este individualismo que se ha instalado en la
sociedad, hace que el goleador primero ejecute su performance particular y
luego ya si eso choque las manos con los compañeros, todo lo más. Por eso me ha
gustado que precisamente dos jóvenes, que quizá sean los que más interesados
estén en reivindicarse a título particular, al marcar sus primeros goles con la
camiseta del Real Madrid, lo primero que hayan hecho sea celebrarlo con sus
compañeros, a la antigua usanza. Así, Valverde y Rodrygo, tanto en liga como en
champions league, se han convertido en ejemplo de la colectividad por encima
del individualismo, de lo que ha de entenderse como un bloque en el que todos
tienen su labor y todos colaboran a la hora de que la puñetera pelota traspase
la línea de la portería contraria. No estaría de más inculcar esto a los niños
de las canteras de todos los equipos, y colocar en el frontispicio de Valdebebas
las sabias palabras de D. Alfredo Di Stefano: “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Amén.
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obligatorio.
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